En los meses finales de su vida, Octavio Paz acometió la ingente tarea de revisar y ordenar todos sus escritos y con devoción y empeño consiguió vertebrar sus “Obras Completas”•. En su primer volumen, “La casa de la presencia”, anotaba: “El poema es mediación: por gracia suya, el tiempo original, padre de los tiempos, se encarna en un instante. La sucesión se convierte en presente puro, manantial que se alimenta a sí mismo y trasmuta al hombre”.
Y traigo hasta aquí su memoria y magisterio, tras la grata lectura de “El hombre sombra” (Pre-Textos. Valencia, 2016) de Owen Sheers, una compilación lírica dondelas hebras y tejidos que rodean la existencia, se tornan escenario vívido y real de las horas y los versos que escribe el yo poético.
Este poeta, novelista y dramaturgo galés nacido en 1974, es profesor de escritura creativa en la Universidad de Swansea, y uno de los autores británicos más reconocidos de su generación: premio Somerset Maugham por su poemario “Skirrid Hill” (2005), medalla del Hay Festival en la categoría poética y premio al mejor libro galés del año, que ha obtenido en dos ocasiones por su relato de no ficción “The Dust Diaries” (2004) y por su drama en verso “Pink Mist” (2013). Su primera novela, “Resistencia”, editada en España en 2008, ha sido ya traducida a diez idiomas y llevada al cine.
Se recogen en este volumen que me ocupa, poemas de su libro “The blue book”, del ya citado y galardonado “Skirrid Hill”, además de “Tres elegías inéditas”. Andrés Neumann ha vertido al castellano la poesía de Owen y lo ha hecho con destreza, dotando además al verso de una precisa cadencia rítmica.
El conjunto está dominado por una personalísima pulsión afectiva y una mesurada cotidianidad que conjugan sabiamente con una temática cómplice, solidaria. Además, asoma por entre su decir, un renovador itinerario que convierte la íntima existencia en lugar propicio para la memoria, tal y como sucede en el bello “Aún no mi madre”: “Ayer me tropecé con una foto/ tuya con diecisiete,/ sujetando un caballo y sonriendo,/ aún no mi madre (…) Creí que tú eras yo por un instante./ Hasta que vi el abrigo de mujer/ ceñido en la cintura, los pantalones anchos/ y la fecha arañada en una esquina”.
El verso de Owen acompaña con serena complacencia el alma lectora y fluye pleno de lirismo. Al par de las ensimismadas instantáneas que el vate británico sabe dibujar desde la fidelidad de su anhelante contemplación, hay una veta de celebración, de fiel comunión con la Naturaleza. Habitante de las bellas Black Mountains galesas, su mirada trasciende, constata y detalla la magia de unos paisajes que forman parte de su presente, de su corazonado futuro: “Porque plantaste un árbol por nuestros nacimientos,/ al norte, sur y oeste de la casa/ y ahora plantas éste: un tronco joven/ de un dedo de grosor,/ hecho un arco en la brisa,/ tenso por la promesa de lo que será,/ una silueta contra un cielo enrojecido/ por el alba o quizá por el ocaso”.
Una antología, al cabo, que aproxima la voz de un poeta sólido y verdadero, y que como afirmase Paz, “se encarna en un instante” de inspirada expresividad, de múltiple intención y significancia.