"Aquello que hoy recuerdas está escrito/ en alguna parte", escribe Luis Suñén en el pórtico de su reciente libro, "Volver y cantar" (Editorial Trotta. Madrid, 2015). Y a través de su propio decir, pareciera el poeta querer reunirse con todo aquello que el tiempo ha ido dispersando y removiendo, con todo aquello que la vida ha ido desordenando. La necesidad de ahondar en la conciencia de su alma, de hallar una nueva realidad con la que batallar frente a lo venidero, lo sitúa en un espacio que anuncia su deseo y su esperanza. Porque, en sus versos, es "...donde empieza la historia/ del que busca entre la sombra un nombre,/ ese que le dieron y no encuentra".
Ocho años después de su última entrega, "Las manchas de la luna", retoma Luis Suñén (1951) el pulso poético. Y lo hace -además de lo apuntado-, con la voluntad de retratar la dichas y desdichas del mundo que le rodea, de mostrar la mansedumbre y la fiereza del ser humano.
Mediante un verbo que nace herido de melancolía y traspasado por el vívido ayer, los poemas se suceden de forma unitaria y meditativa, en un intento por aprehender el aliento de lo que nunca debe caer en el olvido: "Hay un día en que piensas que no te gustaría/ que tus hijos mirasen la vida/ por el mismo ojo de la cerradura/ que tú usaste, demasiado vieja ya/ con huellas de tus párpados,/ donde te dejaste las pestañas/ buscando tan contento/ la verdad y el amor".
Algunas de la citas y nombres que acompañan los poemas del vate madrileño, dejan pistas de sus referentes líricos. De ahí, que Robert Louis Stevenson, W.B.Yeats, Wallace Stevens, Thomas Hardy, Robert Lowell... signen con sus huellas varios de estos textos que trazan un universo complejo donde resuenan los ecos que sostienen la esencia de su mensaje: abrir los ojos para contemplar la belleza que ofrecen las cosas sencillas que alientan nuestra cotidianeidad y descifrar "la herida de lo real a/ lo imposible, la ternura del/ que ama sin preguntar por qué, la costumbre de lo humilde y/ de lo hermoso".
Por otra parte, la diversidad temática del poemario, permite al poeta acercarse hasta las ingratas ilusiones, la desabrida generosidad, los emocionantes abismos, las trampas de la muerte, los cielos de otro dios, la engañosa hermosura, la doliente nostalgia, el color de la edad..., en una suerte de variada summa vital que sirve, a su vez, para ajustar cuentas con lo pretérito: "Compruebas que el tiempo/ hizo su labor -esa foto en la que/ tu padre te pone una medalla de oro-/ y que eres igual que cualquiera/ de los que prometían tanto/ como tú en aquellos felices dieciséis./ Mientras paseas de nuevo y hacia atrás/ por los pinares de la infancia/ por los acantilados de la pubertad o por los/ descubrimientos de la carne,/ sabes -como un silencio benéfico/ entre dos notas agudas-/ que no puede morir/ lo vivido desde entonces./ Nada se vuelve a escribir,/ nada se hace dos veces".
Un libro, en suma, que geografía la íntima existencia y refiere la realidad interior desde un ánima intensa y elocuente, y que trata con mesurada emotividad los pedazos de una vida donde nunca se debe olvidar "el amor de verdad/ y el cielo que nos guarda".