El pasado 10 de octubre, Rafael Guillén recibía el premio “Federico García Lorca”. El jurado, destacaba entonces, el valor de una poesía “que explora los temas universales del ser humano, que camina hacia la intemporalidad, y que, además, se enfrenta a la cotidianidad con la palabra como única arma".Virtudes, sin duda, que refrendan el valor y el empeño de una vida dedicada con devoción a las letras y, en especial, al género poético.
La aparición de “El centro del silencio. Selección de poemas. 1956 – 2013” (O gato que ri. Granada, 2014), es una excelente ocasión para ahondar en la obra del vate granadino. La compilación, que ha realizado el propio autor, reúne 61 poemas-diez de ellos inéditos- e ilustra de manera reveladora sus principales claves temáticas y literarias.
Si atendemos a las premisas que caracterizaron a los poetas de la generación del 50, es de toda lógica la inclusión de Rafael Guillén en el ámbito que promovieron los integrantes de este movimiento. García Hortelano, en su ensayo titulado “El Grupo poético de los 50”, daba como coordenadas capitales, entre otras muchas, “las raíces existencialistas”, la “universalidad” y “el humanismo" y como componentes temáticos “la evocación de un tiempo feliz, la nostalgia del paraíso y la inocencia de la infancia…”. Y precisamente, en estos términos, se mueven muchos de los textos que Rafael Guillén ha pergeñado, desde la aparición, en 1956, de “Antes de la esperanza”.
En su nota previa -a modo de detallada y amplia poética-, confiesa: “lo que siempre ha guiado mi necesidad de escribir, además de una innata predisposición a expresar mis emociones, no es más que una permanente incertidumbre. Incertidumbre y desconcierto. Al cabo todo son preguntas. Preguntas a las que sólo responde el más desolador de los silencios”. Sin embargo, desde ese universo silente, su voz llega plena de lírica verdad, rotunda en su dicción. Su verso ilumina la conciencia de la existencia desde un primer instante y crece en intensidad a medida que sus reflexiones ahondan en la nebulosa que conforma lo vital: “Hemos llegado al límite, agotado/ las posibilidades. Hemos/ conquistado los reinos/ materiales, violado los secretos/ de la vida, alcanzando/ el borde mismo donde/ termina la razón./ Es hora/ de dar un paso más”.
Gozoso resulta,por demás,sumirseen el son guilleniano y andar por entre las notas de su acordada musicalidad. Arte menor o arte mayor, endecasílabo o alejandrino, soneto o madrigal…. todos conjugan bien con el quehacer de este poeta, tan buen conocedor de esa hermosa ciudad jazminera, de campanarios y albaicineros, de blancas callejas y secretas torres, y que tiene parajes tan hermosos e imborrables como los que signan Las Alpujarras.Y así lo memoraba, en su poema “Otoño en llamas”, incluido en su poemario “Los estados transparentes”, galardonado en 1994 con el Premio Nacional de Poesía: “Como cada noviembre, las tristezas doradas/ del otoño llamean/ en los castaños. Sube de los barrancos/ hasta la nieve de los picos un confuso revuelo/ de amarillos y malvas y, entre las peñas, cuelgan/ los pueblos como blanca ropa tendida…”
Al cabo, una estupenda oportunidad para disfrutar de una obra llena de autenticidad y lirismo.