“Estamos en diciembre/ y hay tormentas que rasgan/ su duelo en el cristal/ para que no te olvides/ de quererme en invierno”. Con estos versos cargados de intención amatoria, se cierra el poema inicial de “Diciembre y nos besamos”, el libro de Paula Bozalongo, que resultó galardonado con el XXIX premio de poesía “Hiperión”.
Esta granadina del 91, estudiante de Arquitectura en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, ha edificado en este su bautismo poético, un volumen colmado de íntimas confesiones, que se apoya en una temática donde la ausencia, la renuncia, la dicha y el olvido forman el núcleo central de sus páginas.
El yo lírico que canta y cuenta estas venturas y desventuras del corazón, parece sentirse a gusto al bordear una suerte de juvenil incertidumbre vital que lo mantiene distante de la capacidad de decisión a la que obliga el paso de los años: “Procuro ser distinto cada tarde, alejarme de la necesidad/ de lo contiguo,/ como dejar de lado/ la soledad conmigo”.
Apoyado en un verso muy bien ritmado -que, en su mayor parte, combina hábilmente la musicalidad del heptasílabo y el endecasílabo-, Paula Bozalongo explora las veredas del alma, la sed de la pasión, los territorios del desconsuelo, los espejos del azar, el silencio de los besos, las líneas del destino… Al par de sus versos, se abre de par en par una sugeridora melancolía de lo inalcanzable, que convierte sudiscurso en un preciso cántico que ayuda a curar las heridas propias y ajenas: “Si vivir va a ser siempre un buen pronóstico/ es hora de contarte que aquella noche tibia,/ cuando desbrochabas los botones/ de mi camisa azul,/ me abrías poco a poco el corazón./ Me queda la inocencia/ de no haber advertido el miedo entre tus manos,/ y aquel músculo late todavía encima de la mesa/ donde ya no estás tú ni el tiempo de encontrarnos”.
Paisajes como Berlín, Sarajevo, París, Corea del Norte…, referentes como Arthur Rimbaud, Patti Smith, Derek Walcott…, dan idea, también, del amplio y variado universo que aquí se ofrece, y del que la autora granadina extrae un material poético que derrama sobre este mapa de promesas y pólvora, de avenidas y sombras, de sábanas y labios, de nubes y lágrimas: “La habitación se llena del humo de la ausencia,/ por la casa vacía/ una luz que golpea en la pared me ciega en su reflejo (…) El día sólo muestra lo que nunca fue suyo/ para luego decirme/ que es posible otra vez perder lo que perdimos”.
Un poemario, en suma, que proyecta un sentimiento que habla desde dentro, que combina anhelos, realidades, contradicciones…, que indaga en la memoria, que retrata la conjura del vivir, que sueña despierto y con emoción: “Has sido cicatriz tantos recuerdos/ que ahora me pregunto/ como podré olvidar al culpable sin nombre,/ quién seré cuando el tiempo/ se ponga de mi lado./ Prefiero que el olvido se lleve las preguntas/ y traiga una certeza:/ que nunca lo peor es lo más importante”.