Esta “Antología de recuerdos escolares”, como reza su subtítulo, surgió de una idea de Pilar Geraldo, maestra y miembro del Seminario de Estudios Históricos del Museo del Niño, con sede en Albacete, cuya Diputación se ha encargado de patrocinar la edición. Para su título se ha elegido el conocido octosílabo de Antonio Machado, “Un tarde parda y fría..” (que como es bien sabido, continua así: “…de invierno. Los colegiales/ estudian. Monotonía/ de lluvia tras los cristales”). Naturalmente, no todas las escolares fueron “pardas y frías”, pero las fotografías ya amarillentas que nos trasladan a aquel tiempo ido, parecen rodearse de un halo de nostalgia tristeada, que una terca llovizna -más que un sol vibrante- corrobora.
Lo cierto es que esa idea de Pilar Geraldo tuvo buena acogida entre los poetas, y son sesenta y ocho los aquí reunidos, y, por tanto, muy varios los textos de sus evocaciones. Hay nombres con eco innegable en el ámbito de la poesía actual (Hilario Barrero,Enrique Barrero, Vicente Cano, Francisco Caro, Luis Alberto de Cuenca, Nicolás del Hierro, Francisca Gata, Pedro A. González Moreno, Francisco Jiménez Carretero, Víctor Jiménez, Francisco Mena Cantero, Carlos Murciano, Tomás Preciado, Ana María Romero Yebra, Santiago Romero de Ávila, Teodoro Rubio, Juan José Vélez…) y otros muchos de obra auténtica y estimable.
El resultado es un volumen que supera las 150 páginas, de lectura amena y grata. En su epílogo, Pilar Geraldo puntualiza: “Esta Antología nace en el seno de AMUNI (Asociación de Amigos del Museo Pedagógico y del Niño”) como motivación para rescatar sueños de mayores y pequeños y con la intención de que esos sueños, convertidos en poemas, formen parte de los tesoros que encierra este Museo”. Justo es también mencionar el amplio prólogo que firma José Luis González Geraldo, profesor de Teoría e Historia de la Educación, quien escribe que en este libro hallamos “una recóndita vereda donde educación y sentimientos se encuentran para dar lugar, como no podía ser menos, a una verdadera obra de arte: estética por su forma y sincera por su contenido”.
No es extraño que, entre los antologados, figuren poetas cuya infancia -y por tanto, su experiencia escolar- discurriera en una época en la que España atravesaba momentos difíciles y aún trágicos. Su reflejo lírico, pasados tantos años, depende ahora del talante del poeta. Quiero decir que unos evocan la cara más luminosa de esa moneda (“…todos decían/ que juntando las manos tocábamos a Dios,/ que las flores son fuentes de caricias,/ y que el amor es cosa de mayores”) y otros la oscura cruz de la misma, esto es, de esos niños “sin ropas, sin zapatos, sin infantiles sueños,/ sin reyes, sin escuelas, sin juegos hogareños,/ sin galas ni confites las mañanas de fiesta”.
Por fortuna para el lector, la mayoría de los vates aquí agrupados conserva en su hacer un loable equilibrio, lo que hace más atrayente la amplia muestra. Y recurro al adjetivo, porque como he apuntado, los poetas son sesenta y ocho, los poemas son muchos más, ya que no se ha elegido, en algunos casos, un solo poema por autor. Y eso enriquece el florilegio.