Lo que significa ser humano

Publicado: 16/06/2014
Con “A la mano zurda”, José Pérez Olivares (Santiago de Cuba, 1949) ha obtenido el IV premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, que anualmente patrocina la Fundación José Manuel Lara
Con “A la mano zurda”, José Pérez Olivares (Santiago de Cuba, 1949) ha obtenido el IV premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado, que anualmente patrocina la Fundación José Manuel Lara. Este autor es veterano hacedor de versos y receptor de premios importantes. Ha publicado una docena de poemarios y ha recibido, entre otros, el “Jaime Gil de Biedma” (1991), “Rafael Alberti” (1993), “Renacimiento” (1998) y dela Crítica (La Habana, 2000).

     La mano zurdadel título es la de Leonardo da Vinci, abierto destinatario de numerosas cartas poéticas a lo largo de la historia.
En esta suya, José Pérez Olivares aviene su condición de artista plástico a una lírica celebrante y entregada a la figura del genio, el cual de forma directa o indirecta alcanza todos los rincones del escenario dispuesto. Y de ese mismo alcance parte la voluntad del poeta por descubrir algún entresijo del alma del pintor, escultor, arquitecto, ingeniero, biólogo, músico, escritor y filósofo toscano. Y he ahí su merito. Ahí radican al unísono la querencia del devoto y, también con otra piel, la humildad del asceta noctívago, silencioso y paciente que trata de acercarse a la total belleza de una obra inabarcable por casi perfecta.

     La conciencia de Pérez Olivares consigue enfrentarse a sus propias pasiones como “El emigrante que va sirviendo a Dios y al Diablo” con la convicción de que un momento de vida puede llevar a la asunción del más puro de los arcanos. En el mejor poema del libro, “Oda a la mano zurda”, confiesa: “Creo en las manos que nacen para ser zurdas… Nadie sabe dónde encontrarlas, ni de que sustancias se impregnan. Lo único que sabemos es que nacen siendo muy niñas, pero que lenta, misteriosamente crecen, y un día las hallamos pintando un rostro”.

    El autor asocia su poesía con la pintura a partir de tres motivos: el de la contemplación y análisis de las obras pictóricas, otro que resulta de la asimilación del devenir histórico, y un último que tiene que ver con las Sagradas Escrituras. Para él, pues,viene a ser no ya lógico sino obligado adecuar el alma al espejo más profusamente visible del hombre: la cara. El hermoso y triste poema “Elogio de mi cara” se antoja ejemplo de una conciencia humanística al hilo de la desasosegante relatividad que lo sorprende: “Pero ella sabe que existen caras que ocultan otras. Que las hay que lloran y es sólo teatro. Que las que hay que aman y no es amor lo que ofrecen”.

     Una última observación. Desde mi punto de vista de lector, choco con versos que adolecen de prosaísmo fácilmente evitable. Así en “El puente” (… en la vida de un hombre/ aguarda siempre un puente./ Aunque no lo vea, lo tiene ahí, / en sus narices”); o, en “La ultima cena”, cuando Andrés parece preguntar a Cristo con la mirada “¿Qué hace una mujer aquí?”; y Cristo reacciona calladamente: “Yo lo miro y él comprende…/ Y quien no lo acepte puede levantarse y largarse.” En fin, no dejarían de ser la respuesta más humana de Cristo y la pregunta más sincera del acólito.

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