Tres nuevos títulos ven la luz en la editorial Hiperión, en coedición con la mexicana Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL): “Final del diluvio”, de Juan Domingo Argüelles (Chetumal, Quintana Roo, México, 1958), “Las edades felices”, de Margarito Cuéllar (San Luis de Potosí, México) y “Tálamo”, de Minerva MargaritaVillareal. Y en este último, precisamente, me detengo.
Minerva Margarita Villareal es una poetisa avezada y reconocida, sobre todo en su país, México. Desde 1982, ha publicado once poemarios, dirige la colección de poesía internacional El Oro de los Tigres, auspiciada por la Capilla Alfonsina Biblioteca Universitaria -de la cual también es directora-, y ocupa la cátedra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL.
“Tálamo”, que obtuvo el Premio “Sor Juan Inés de la Cruz”, nos propone el caso de una existencia híbrida que se agita entre la desazón y la fe. Un ambivalencia sentimental se hace notar al hilo de dos palabras clave: el tálamo mismo y la casa que lo encierra. El uno refleja el amor cándido, sensual, tocado por el erotismo virgen de la yaciente y su casi ingenuidad conmovedora. Es así como un objeto común siempre bajo sospecha acaba por convertirse y por convertir a la amante en sujetos extraordinarios (“y el mundo solamente me eres/ en esa estancia sucedida/ en el lecho/ en el sueño donde me llevas/ a los ojos de nadie”).
La otra, en cambio, la misma casa, supone el contrapunto, el refugio de la niña que fue y que viene hoy a habitarla y a buscar en ella la identidad después de que el otro se haya ido (“y esta casa azotada por el viento/ hecha polvo/ y materia que crece/ Esta casa soy yo”).
Igualmente, la Naturaleza se vuelve cómplice de la sabia Minerva, y sus elementos se confunden ante la tarea incesante de alternar la pasión destructora y la redención. Y parece que ya sólo cabe el interrogante ignaro que abre la composición más reveladora del poemario: “¿De qué se trata?/ ¿De habitar un camino?/ ¿El silencio?”.
“Tálamo”, hasta el final, ofrece una historia de amor irresuelto, expuesta sin ambages, exenta de retórica y atavíos formales, y que se sustenta en imágenes sorpresivas y enraizadas en el calofrío interior: “En el suelo/ lirios/ liebres/ gorjeos de aves/ cabelleras/ cuerpos desnudos/ que se postran/ Luego un silencio/ frente al crimen”.Hasta el final, digo, porque en los dos últimos versos del libro el amor se confirma y se reitera: “Me he casado contigo/ y todo lo que escribo es real”.
Como apunta Luis García Montero en su ajustado prólogo, “Las anécdotas de su historia de amorse someten a la raíz del deseo, el erotismo y la vida. La identidad es cuestionada y salvada en el otro”. A fin de cuentas.