Gabriela Mistral, la Nobel chilena, dejó escrito que “la experiencia es un billete de lotería comprado después del sorteo”. Es de suponer que la autora de “Nubes blancas”, aludiría a un billete del número premiado, y que la suspicacia del lector la libraba de entrar en detalles.
Recordaba yo esta frase, en tanto leía el libro de Julián Díaz Robledo, “Otras tierras, otros cielos” (Granada Club Selección, 2013), y que lleva como subtítulo clarificador el de “Memorias viajeras”. La experiencia itinerante de este madrileño vale para atribuirle todos los premios loteros, navideños o no. Y ya que menciono a Gabriela Mistral, me serviría del título de uno de sus poemas para definirle: “La sombra inquieta”.
No es Julián Díaz Robledo de natural sombrío, pero inquieto, sin duda. Basta posar los ojos en el “Índice” de su entrega, para sentir un cierto escalofrío. Porque este hombre va –ha ido- de Finlandia a Costa de Marfil, de Suiza a China, de Perú a Nueva Zelanda, de Túnez a la India, de Egipto a Bolivia… Y a Chile, claro, en donde estuvo en 1987 (Santiago, Curicó, Valparaíso) y adonde regresó veinte años después (Viña del Mar, Araucaria). De todo ellova dejando en sus páginas puntual referencia, con una prosa que fluye sin obstáculos, y que no necesita esa llamada “voluntad de estilo” para enganchar al lector, tal es la variedad y colorido de cuanto relata.
En su “Introducción”, anota: “A lo largo de mi existencia pasé muchos años viajando, como un reportero trotamundos, y casi siempre estuve de paso, sin tiempo para disfrutar del paisaje. Conocedor de tantas esquinas del lejano mundo, y de vuelta de tantas sorpresas en las que tuve sensaciones inesperadas, profundas y misteriosas, he tenido que concentrarme para recoger en el presente libro aquellas que me impactaron y que flotan en mi recuerdo de manera más insistente”. De lo que se deduce que cuanto aquí narra no es su todo, sino lo que su memoria retuvo -por unas u otras razones- con fijeza mayor. Y los papeles donde fue anotando, in situ, sus impresiones más vivas, ya que reconoce que las habitaciones de los hoteles -¡tantas!- en donde se alojó, “me servían para recluirme a escribir sobre mis viajes”.
Precediendo a estas notas introductorias que menciono, el libro luce un jugoso prólogo de Alfredo Amestoy titulado: “El tornaviaje de Julián Díaz Robledo (Teoría de las flores y los frutos)”. “Es prodigioso cómo un hombre de negocios supo y pudo alternar su actividad comercial a través de los cinco continentes, con visitas culturales y trabajos de documentación y de investigación que, registradas en notas y apuntes, se convierten ahora en crónicas que dan sentido a ese desplazamiento del hombre de hoy, y que algunos han interpretado como una huida hacia delante”. No es el caso del escritor que me ocupa, quien en lugar de huir, por tierra, mar y aire, se encuentra consigo mismo, con lo mejor y más vivo de su yo.
Quien desee comprobarlo, no tiene sino que leer la bibliografía que aparece en la contraportada de este libro, tan ilustrativo como ameno, y que confirma la verdadera pasión de su autor, la motivación principal de su incansable ir y venir: los frutos tropicales y exóticos, que él mismo cultiva, y en los que profundiza y se complace.