La presencia del gato como referente literario ha sido durante siglos una constante. Autores de muy diversos géneros y tendencias han dedicado a este inquietante animal hermosísimos homenajes. Pablo Neruda, p.ej, lo llamó “...conquistador sin patria/ sultán del cielo”, Rafael Alberti sintió de cerca su aliento: “Gatos, gatos, y gatos y más gatos/ me cercaron la alcoba en que dormía”, Gerardo Diego supo escuchar “la luz de un maullido eterno”, Miguel de Unamuno adivinó en sus miradas “dos espejos fosfóricos”, y Ramón Gómez de la Serna tiene dedicadas un sinfín de greguerías a este singular felino:“Gato: la máquinafotográfica del misterio”.
De modo que, este sabio animal, del que unos dicen que no es de estemundo, sino un espía de Dios o del diablo, y que otros piensan nacido para ser amado, y no para amar, y capaz de hilvanar conjuros nocturnos al par de la luna llena, sigue siendo protagonista habitual de los libros de ayer y de hoy.
Tal es el caso de “El paraíso de los gatos y otros cuentos gatunos” (Nórdica Libros. Madrid, 2012), un atractivo volumen que combina con elegancia la prosa y la ilustración.
Se reúnen, pues, aquí, cuatro relatos de otros tantos maestros del género.
Emile Zola (1840 - 1902), abre esta entrega con el que da título al conjunto, “El paraíso de los gatos”, una narración -originalmente se llamó “La jornada de un perro errante”-, protagonizada en primera persona por un gato de angora de dos años, gordo e ingenuo, al que la Providencia había situado en un hogar privilegiado. Sus deseos de “ver mundo”, se toparán de inmediato con la compleja realidad que le hará descubrir la incomodidad de los tejados, el frío de lascalles, la dificultad de hallaralimento y la falta de solidaridad de los de suespecie.
Con su habitual destreza, Mark Twain (1835 - 1910), relata en “El gato de Dick Baer”, las venturas y desventuras de Tom Cuarzo, “el gato más asombroso que se hayavisto en la vida”, al que sólo le interesaba la minería y que nunca entendió cómo la búsqueda del oro fue susitituida por la fiebre del cuarzo. Al cabo, un imperdonable chantaje a su personal y altiva sagacidad.
En el “El gato que andaba solo”, Rudyard Kipling (1835 - 1936), se adentra en una singular leyenda-fábula, donde la inteligencia del ser humano competirá con la felina, a través de una historia repleta de simbología, o lo que es lo mismo, de disputas, recelos, obstáculos…, pero llena con objetivos comunes.
Sirve como cierre, el cuento de Saki (1870 - 1916), en donde la punzante flema británica halla perfecto acomodo en la figura del viejo gatoTobermory, a quien el insulso señor Appin ha enseñado a hablar. La primera demostración pública de semejante descubrimiento no dejará indiferente a ninguno de los presentes -ni de los lectores-.
En suma, una selecta y notable antología, que viene aderezada por los bellos dibujos de Ana Juan, Elena Fernández, Adolfo Serra y Javier Olivares, y que confirma, sin duda alguna, que estos animalitos deben de ser tan felices como aparentan.
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