Ramón García Mateos, salmantino de 1960 y profesor universitario asentado en tierras catalanas, es poeta experimentado, y reconocido por premios como el “Blas de Otero”, “González de Lama” o “Rafael Morales”. Cofundador de la revista “La Poesía, Señor Hidalgo”, se adentra ahora en el ámbito de la lírica infantil, con un libro titulado “De los álamos el viento” (Kalandraka, 2013), que rondó el Premio Internacional Ciudad de Orihuela de Poesía para niños, y que ahora ve la luz con sugerentes ilustraciones de Fernando Vicente. En una nota editorial, se nos señala, que estos versos, cuyas raíces se hunden en lo tradicional, no se quedan ahí, sino que beben “de las fuentes de los grandes poetas de etapas distintas; el clasicismo de Góngora y el existencialismo de Blas de Otero”.
Como es habitual en este campo de la poesía, García Mateos se apoya en el verso de arte menor, con el que hilvana canciones, nanas, romances, buscando siempre lo ágil y lo grácil: “Vuela en el aire/ vuela que vuela/ volando viene/ la volandera”. A esa ligereza a la que aludo, une el autor, en esta estrofilla pentasílaba que abre el volumen, el juego de la bilabial, vigésima consonante de nuestro abecedario, tan amiga (o no) de la primera; consonante que nos sale al encuentro a cada paso (voz, ventana, vida, verdes, viento, vieja, vencida, vereda, ver…); sí, la v de verso: “Aire que me lleva el aire/ en tu risa volandera…”.
Hay en los poemas de García Mateos una pulsión amorosa, una tersura que se va derramando por sus páginas como un agua buena: “Por quererla te quiero/ flor de la aurora”… “Si te quiero es porque eres/ como el rumor de la noche”… “Eran estrellas/ eran luceros/ eran los ojos/ de quien yo quiero” … “Vencida de tristeza/ por culpa de un amor” … “Soy prisionera/ de un querer que ahora tengo”… “Lucerito que alumbras/ a los vaqueros/ dale luz a mi amante/ que es uno de ellos”.
Si me demoro en estas citas, no es sólo para probar mi aserto, sino para ofrecer ejemplos de cómo el vate salmantino perfila -en esta aventura concreta- su escritura. Y es que mucho de aventura tiene el concebir todo un libro capaz de captar la atención y la aceptación del pequeño lector. Uno sabe de poetas de prestigio que no han acertado al dar este paso. García Mateos a la vista está que lo logró, pues su poemario no sólo estuvo a punto de lograr el citado galardón, sino que alcanzó el visto bueno de un sello como Kalandraka que pone en sus ediciones cuidado y gusto: “El verso/ y la canción/ se desenredan/ y escapan/ de las manos/ hacia el cielo”.
He mencionado más arriba las sugerentes ilustraciones de Fernando Vicente, y debo añadir que este madrileño del 63, que diera a conocer sus primeras obras en las revistas “La Luna” y “Madriz”, y desde finales de los 90, colabora con el diario “El País” y sus suplementos. Ahí nos habíamos familiarizado con su personal manera de hacer, que aporta a este libro colorido, amenidad y prestancia.