Siglos atrás, William Shakespeare nos dejó dicho que “la mirada es el lenguaje del corazón”. Y quizá, tan rotunda afirmación, fuera válida para incluir en cualquier poética sin que autor alguno recelase de la sentencia del genial inglés.
Si traigo a colación aquellas palabras, es como consecuencia de la lectura de “Mira”, el último poemario de Eduardo Merino Merchán, madrileño del 56, quien completa con este libro un cuarteto lírico que iniciase con “Como un naufragio”, y al que siguieron “Palacio” y “Poblar el mundo”.
En esta ocasión, Merino Merchán ha vertebrado un fértil y luminiscente cántico, pleno de humanismo, en donde los poemas se articulan a través de elementos de la vida real; es decir, escenarios y protagonistas muy próximos al yo lírico, que le sirven para cifrar con tono conversacional –confesional- un mensaje de comprometida sencillez, de comunicativa clarividencia: “Está mi corazón temblando/ en esta tierra que sueño./ Está mi corazón y tiembla/ en este sueño de años,/ latido suave que en el sol/ se abre y en tu voz se cierra”.
Este apego a lo terrenal, a cuanto de verdadero guarda la vital cotidianeidad, deriva en una íntima cosmovisión que se acomoda a un lenguaje remansado y directo, vigoroso y delicado. Heredero de una tradición en donde el diálogo tácito con el lector deviene en inmediata complicidad emocional, los versos del poeta madrileño abordan cuestiones como la memoria, el paso del tiempo, el amor, la mortalidad…, que aproximan su discurso hasta las ventanas del corazón, el suyo y el ajeno: “De mis propios secretos he aprendido/ que la vida se escribe con palabras./ Con palabras de espuma y con silencios/ Que nacen del rumor de lo perdido (…) Aprendo las palabras que dibujan/ nuestra luz fugitiva y pasajera”.
Su verbo sonoro y trascendente, sirve, a su vez, para alargar su personal mirada hacia espacios donde afloran soledades, ausencias, moradas habitadas por el desconsuelo (“Una vieja foto complica los recuerdos/ de una juventud lejana./ La imagen más hermosa se deshace/ en penumbra quieta/ y descubre que el tiempo ya no es vida”), pero en los que también espumean reencuentros, esperanzas, horizontes de sempiterna familiaridad (“Llegaremos al fin a la alegría/ a la noche sin lluvia y sin tormenta./ Al calor de la tierra amanecida”).
Aunque dividido en tres apartados, “Mira: el mal, antiguo por ahora”, “El otro mal: nuevo naufragio” y “Deseo: propósito de enmienda”, el poemario puede leerse como un todo, como una hilera de sucesivas instantáneas en las que el poeta avanza con los pies en la tierray la mirada rumbo al infinito… y delas que se desprende cuanto significa esta aventura de la existencia, su pretérito y su mañana: “Yo me quedo con vivir/ y aún con difícil remedio/ me acojo en este deseo:/ luz azul que resucita”.
Poemario, al cabo, que celebra con su cántico la milagrera alianza del ser con la feraz melancolía.
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