Notas de un lector

El taller de Eugenio Montejo

Con una decena de poemarios a sus espaldas y una importante obra ensayística, el escritor venezolano fue una de la voces más representativas de la literatura hispanoamericana

“No ha sido corto el camino para llegar a este recinto. Y en verdad no podría serlo porque se trata del camino de una vida cuyo rasgo más determinante, si alguno ha tenido, es haberse destinado a servir a la poesía. Los primeros pasos, ocultos ya por el olvido, quizá dejaron entre sus huellas la harina del taller blanco, el nombre con que en otra ocasión me he referido a la vieja panadería que cobijó mi infancia, al reivindicarla como la primera aula frecuentada en mi aprendizaje de la poesía”.
Con estas palabras, plenas de emotiva memoria lírica, daba inicio Eugenio Montejo (Caracas, 1938 – Valencia, Venezuela, 2008) a su discurso de agradecimiento durante la concesión del premio “Octavio Paz” de poesía y ensayo en 2004.

     Con una decena de poemarios a sus espaldas y una importante obra ensayística, el escritor venezolano fue una de la voces más representativas de la literatura hispanoamericana y sus enseñanzas sigue latiendo entre sus fieles lectores.
Ahora, y con el esmero acostumbrado de la Biblioteca Sibila de la Fundación BBVA, ve la luz “El taller blanco y otros ensayos” (Madrid, 2012), la primera edición española de un volumen que recoge buena parte de la obra ensayística de Montejo, “sus variados afectos estéticos -no sólo literarios-, sus originales ideas sobre la creación y su actitud personal ante la poesía”.

     En este sugeridor recorrido, se halla también el modus operandi
de un autor que revela sus dotes de artesano de la palabra y su sorpresiva originalidad a la hora de afrontar la lectura ajena. Porque Montejo, da cuenta de su fervor por Borges, del decir renovador de Ramos Sucre, de los espejos que reflejaron el cántico de Sa-Carneiro, de las afables maneras de Juan de Mairena… Y de la mano de su prosa exacta y solidaria, llega uno a sumergirse en los espacios reales, pero también imaginarios, que adornan su verdad:  “Cada poema, cada obra de arte, encarna un diálogo secreto, a menudo amoroso, con las calles y las casa, las tradiciones y los mitos de ese poema mayor que en ella se fundamenta. El París de Baudelaire, la Alejandría de Cavafy, la Lisboa de los cuatro Pessoa, que se nos tornan inseparables de sus logros artísticos en una medida tal que el destierro hubiese necesariamente supuesto su silencio definitivo”, escribe en el trabajo que sirve de pórtico: “Poesía en un tiempo sin poesía”.

     La virtud principal que anida en estas páginas, es que las teorías montejianas no pretenden ser dogmas, y que la delicadeza con que aborda cuestiones tan espinosas como las del esforzado trabajo del literato, resultan consejos harto recomendables para todos aquellos que afrontamos este noble arte con humildad y ganas de seguir aprendiendo. Y disfrutando.

     “El poeta tiene en común con la araña el arte de crear forma. Otros animales también obras así, como los pájaros al fabricar sus nidos o las abejas en su panal, pero en el poeta, como en la araña, la forma es segregada sin auxilio ajeno, en total soledad”, anotaba Montejo en una de sus certeras reflexiones.
Y envueltos en esta tela de araña -tan poéticamente atractiva-, podrá disfrutar el lector de este mapa de almadas confesiones con muy honda pervivencia.

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