La duradera vigencia de Fiedrich Hölderlin (1770 -1843), radica en el firme compromiso de un autor que hizo de su existencia un canto de amor eterno a la palabra. Al margen su manida condición de poeta maldito, loco o visionario, Hölderlin pergeñó una obra lírica excepcional, renovadora, que superó la racionalidad neoclasicista, los fundamentos prerrománticos y, que se alzó, como abanderada de una estética donde se conjugaban la conciliación espiritual y un filosófico clasicismo. A sabiendas de que la poesía unía a los hombres, “a todo lo grande y pequeño que hay entre ellos”, le quiso entregar lo mejor de su mítica cordura y, ayer y hoy, su verso sigue resonando doliente y romántico.
La reciente publicación de “Poesía Juvenil. 1784-1789” (Hiperión. Madrid, 2012), nos devuelve la figura hölderliniana desde un marco distinto y novedoso.
Anacleto Ferrer, que ha estado al tanto de la edición y de la traducción del volumen, acota en su prefacio los aspectos biográficos más sobresalientes del vate germano. De familia perteneciente a la Ehrbarkeit de Wuttenberg -o lo que es lo mismo, a la alta burguesía fiel al Duque-, contó con el privilegio de una excelente educación. Ingresó en las escuelas de Deckendorf y Maulbronn con la intención de hacer carrera eclesiástica y, posteriormente, en 1788 se matriculó en el Seminario Superior de Tubinga. La muerte de su padre y de su padrastro dejaron en él una lacerante huella y durante muchos años se mantuvo bajo el manto protector de su madre.
Los poemas aquí recogidos, comprenden un lustro de vida en el que Hölderlin afronta sus primeros escarceos amorosos -se promete con Louise Nast, la Stella de sus composiciones-, se impregna de una espiritualidad pietista, se deja ganar por las influencias de Schiller, Ossian, Wieland, Píndaro, Horacio…,, especula con la idea de convertirse en ermitaño, abraza los ideales de la Revolución Francesa, empieza a expresar sus dudas sobre su vocación teológica…, y va dando forma, en suma, a su proyecto vital y literario.
Al hilo de estas páginas, el lector podrá hallar las claves de un poeta en construcción, que se movía aún al dictado de las estrechas miras que anidaban entre los muros de aquellas rígidas estancias y los conceptos políticos y sociales más aperturistas que llegaban desde otros lados de Europa. La fusión entre lo germánico y lo helenístico ocupa buena parte de sus textos, pues de ambos extrajo su personal dicción. Su verbo, siempre tamizado por un aire elegiaco, hímnico, celebratorio, se fue remansando a medida que comenzaron a aflorar en él sus hesitaciones existenciales.
Esta “Poesía juvenil”, se divide en tres apartados -“Primeros poemas. 1784-1787”, “Cuaderno de Marbach” y “Poemas juveniles. 1787- 1789”-, que delimitan atinadamente los primeros periodos creativos hölderlinianos. Con tan sólo catorce años, no cabe duda de que el nivel de exigencia que puede pedírsele a un poeta raya en la bondad, y sin embargo, desde sus primeras composiciones, se aprecia el virtuosismo de Hölderlin para con el ritmo y el tempo del poema, así como su inspirada variedad temática.
“Lo que perdura lo fundan los poetas”, dejó escrito. Y en estos textos, ya se adivina el porqué de su justificada permanencia.