El color de la tinta

Publicado: 06/10/2012
En el espléndido estudio con el que Pedro A. González Moreno abre este volumen, desentraña las claves principales de los quince poemarios que se recogen en esta compilación
Con la publicación de “El color de la tinta. Poesía 1962- 2012”, Nicolás del Hierro celebra cincuenta años al pie de las letras. Nacido en Piedrabuena (Ciudad Real), en 1934, ha sido -y es- un escritor polifacético, que además de cultivar la prosa -tiene en su haber dos novelas y dos libros de relatos-, ha ejercido la crítica literaria con generosa dedicación.
Pero su verdadera devoción ha sido siempre la poesía. Este género, le ha proporcionado sus mayores satisfacciones -además de un buen número de galardones y reconocimientos- y a él, le ha entregado lo mejor de su decir. El poeta manchego, es claro y emotivo a la hora de expresar ese mensaje cargado de fe lírica cuando escribe en su poema “Tiempo de silencio”: “Si alguien viniera para hacer,/ con su palabra, mi verso menos íntimo/ y que no fuera esta tarde una tarde/ como todas las tardes en  silencio del mundo (…) ¿Quién va a venir? ¿Quién me va a visitar,/ sabiendo que es mi espacio para el verso?”.

     Espacio y tiempo poéticos, pues, expuestos aquí y ahora como prueba fehaciente de ese amor a la palabra, al verso cálido y cadencioso de sus composiciones, a su domino métrico y al equilibrio emocionado que desborda el alma lectora,  a veces ya cansada de tantos pretenciosos oropeles y fallidos remedos vanguardistas. En el cántico de Nicolás del Hierro, el verbo se torna sensible y renovador y fluye sabiamente por las venas, porque llega impregnado de sensualidad, de sentimentalidad, de humano vitalismo: “Si se pudiera hacer mi voluntad,/ si tuviera el poder que Dios/ no concedió al mortal en su andadura,/ pondría el universo en esa copa/ donde anidan los sueños./ Así, lentamente, sorbo a sorbo,/ degustaría las esencias/ que la divinidad concede/ a quien se asoma cada tarde/ al balcón ilusorio de la dicha”, afirma en su libro “Desde mis soledades”.

     En el espléndido estudio con el que Pedro A. González Moreno abre este volumen, desentraña las claves principales de los quince poemarios que se recogen en esta compilación: desde “Profecías de guerra”, editado en 1962, hasta “El color de la tinta”, que da título al conjunto e inédito hasta ahora. Y como coda, el citado prologuista utiliza una exacta definición del autor manchego: “Nicolás del Hierro, el poeta, el hombre. Un hombre de la calle que aprendió las palabras de la cal, de la vida, y que concibió siempre la poesía como diálogo con los demás”. Y es esta, en verdad, una de sus mayores virtudes, porque el acento de su verso se posa en los signos, en los nombres, en las huellas que reclaman luz, amor y vida.

     Su poesía, al cabo, íntima y sugeridora, está impregnada de celebración y desconsuelo, de caducidad y permanencia, de plenitud y dolor, como se aprecia en el poema que sirve de cierre a este necesario volumen: “Porque tenía el alma rota,/ crecía en la razón de su esperanza:/ amaba en el silencio (…) Le tenían por loco, iluso, cándido…/ pero era un ángel libre, que consumió sus horas escribiendo/ sobre la perfección de los humanos”.

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