Aquel pasado llamado nosotros

Publicado: 05/09/2012
Al igual que Dostoievski creyó que la literatura salvaría el mundo, la poetisa andaluza también cree en el poder mirífico del verso
Firme en su criterio de dar impulso a la poesía femenina, la colección Torremozas alcanza su número 261, con un poemario de Patricia García-Rojo, “Amar es aquí”, el primero que publica esta jienense de 1984.

     Licenciada en Filología Hispánica, profesora de Lengua y Literatura, y ganadora del Premio Andalucía Joven de Narrativa en 2008 con su novela, “La Fábrica Creátor”, García-Rojo hilvana una colección de poemas amorosos de muy diversa clase y condición, breves en su mayoría, apoyados siempre en un lenguaje desenvuelto y derramado, del que ha hecho desaparecer las mayúsculas y en muchas ocasiones los signos de puntuación. Esto parece conferir a sus poemas mayor espontaneidad -puede que tal sea la sensación que quiere transmitir la autora-, pero también un cierto caos expresivo, que la carencia de ritmo versal acentúa.

     Esto a un lado, el quehacer de García-Rojo, tiene hervor de autenticidad y una como intención de sorpresa en sus giros verbales; escribe “mi cama es estocolmo cuando llegas”, y esto colma el clímax de los cuatro versos que lo anteceden. También con frecuencia recurre a una construcción enumerativa, letánica –si se me permite el vocablo-, que deviene sucesión de elementos o apuntaciones lejanos de lo sólito: “alteré las formas del universo,/ transplanté las alas,/ mastiqué los huesos de los sueños,/ inventé el mar,/ besé todas las puertas,/ coloreé las escaleras,/ encendí las luces del barco sobre el mar helado … (quemé el mundo por ti,/ no me hagas caso)”.

     Al igual que Dostoievski creyó que la literatura salvaría el mundo, la poetisa andaluza también cree en el poder mirífico del verso (“estoy tratando de cambiar el mundo con las palabras”) y su compromiso no termina sólo ahí, pues su intención es llegar con su mirada hasta el confín de cuanto deja ver la verdad y la belleza.
Además, su universo temático se va creciendo al par de los nostálgicos aromas de lo vivido, de los deseos de fabular el mañana, de la esencia del ayer doliente y amatorio: “mis versos, mis ansias/ de arañar la tierra con los dedos,/ aquel pasado llamado nosotros”.

     Pero también destaca -y sorprende- en este bautismo poético, la hondura que guardan algunas instantáneas en las que García-Rojo se sumerge en todo aquello cuanto huye de sí,  a la vez que se retrata junto a cuanto la rodea en su cotidiana intimidad. Y desde esa dicotomía nacen,  sin duda, momentos de cálida inspiración: “Amar no es una tabla de náufrago,/ es más importante que el tiempo,/ es aquí”
   
     Al cabo, esas sacudidas inesperadas (“enterraré todas las ciudades/ erigiendo santuarios a tus restos”), esas bravas imágenes (“hoy viajo entre china y mi edredón”) y un verso altivo y desembridado (“no conozco las leyes de la selva,/ no puedo pedir piedad a las aves/ a las serpientes o a las bestias”) conforman su poesía, que discurre sonora y desbordada, como arroyo salido de madre tras una lluvia torrencial.

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