Mas de cuarenta años lleva Jesús Fernández Palacios (Cádiz, 1947), agitando el mundo de las letras y demostrando su devoción por la magia que esconde la palabra escrita.
En su diverso y activo quehacer, ha editado nueve poemarios, se ha ocupado de la obra de poetas y pintores, ha sido más de veinte años subdirector de la Revista “Atlántica”, durante una década ha dirigido la colección Libros de Bolsillo de la Diputación de Cádiz…, y en la actualidad, es el director de “Campo de Agramante”, revista literaria que edita en Jerez de la Frontera la Fundación Caballero Bonald.
Ahora, los lectores que ya conocemos su obra -y los que aún están por descubrirla-, estamos de enhorabuena, porque el sello sevillano Ediciones en Huida acaba de dar a la luz “Poemías”.
Tal y como se hace saber en la introducción, el poeta rescata cuarenta y tres poemas fechados entre 1971 y 2010, algunos de ellos ya publicados de manera dispersa en revistas y antologías inencontrables, otros inéditos y la mayoría revisados y corregidos ampliamente para esta edición, hasta el punto de que varios de estos textos pueden y deben considerarse como nuevos.
No cabe duda, de que la primera virtud que sobresale al hilo de estos textos, es la capacidad que tiene el vate gaditano para modular registros varios y arañar con la multiplicidad de su voz la conciencia lectora. Su discurso se mueve entre enunciados que apuntan a lo imaginativo, a lo irónico, a lo terrenal, a lo simbólico (“Todos vistieron un luto paternal de abejas./ Yacente su cuerpo,/ besado en la memoria de los besos,/ que en un cuero grababan su rostro/ mientras los toros el alba partían”)…, pero que a su vez no esquivan asomarse a la ensoñación, a lo nostálgico, a lo familiar, a la raíz más profunda del ser humano: “Hoy está la calle gris, muy gris,/ muy antigua, antigua la soledad que tuve/ aquella noche de canto y desvaríos/ cuando la sombra de mi padre fue mi sombra./ Tengo el corazón perplejo/ y el dolor un silencio a manos llenas”.
Llama la atención, la sugeridora manera que Jesús Fernández Palacios tiene de titular sus poemas, pues su manifiesta originalidad, predispone a sumergirse en sus versos que devienen posteriormente en atractivas y sorprendentes propuestas. Y así, se suceden, “Treinta monedas de pus”, “Y pertenece a la ciencia del placer”, “Leyendo un texto sobre vitaminas”, “Las doce y veinte o la búsqueda posible”, “El amor es una mesa de vidrio”…, que no son sino, en suma, verdaderas metáforas que conjugan el instinto con la adivinación.
Pero, en verdad, la poesía de Fernández Palacios rezuma pasión por su tierra (“Cádiz como góndola amarilla,/ nochea su noche de desierto”) por el mar que lo vio nacer, por los amigos -siempre Ory, siempre, en su más íntima memoria amorosa- que lo han acompañado ayer y hoy en este periplo literario, en esta suerte de viaje tenso y sostenido que es la vida.
Lenguaje y mundo propios, al cabo, que demuestran y confirman el cántico de un poeta comprometido. Comprometido con su tiempo y su espacio, que sabe del poder del verso como llama que nos salva y nos resucita; que sabe que no es valiente claudicar, sino seguir apostando por la pasión, por la verdad, por el amor…, como referentes miríficos y humanos, porque este “amar es la copa de los árboles,/ ese amor es el mar de la mañana”.