El primero, “No es fácil, pequeña ardilla”, de Elisa Ramón, es una doliente historia cuya protagonista, una pequeña ardilla roja, intenta superar el trance de creer que “nunca más será feliz” tras haber perdido a su madre. Papá Ardilla, con paciente ternura, pretende consolar a su pequeña y hacerle entender que esa tristeza irá pasando poco a poco y que los seres queridos se van, pero se quedan muy cerca del corazón. La rabia y la tristeza permanecen inalterables en la apenada ardilla que, ante su rabiosa melancolía, llora, rompe sus juguetes, no sale de casa…. Finalmente, entre los cuidados de su padre, del amigo búho y del recuerdo confortador de la madre, el dolor irá remitiendo hasta conseguir que su risa vuelva a aflorar.
Aunque la nota editorial advierte de que “los niños perciben de un modo natural la experiencia de la muerte”, no será sencillo hacer partícipe a ninguno de ellos de tal relato; es decir, que el padre, adulto o docente que se acerque a estas páginas, no se sentirá cómodo a la hora de ofrecer esta narración a sus hijos o alumnos. El proceso de superación al que se ve sometida la pequeña ardilla, resulta un tanto forzado y cuesta imaginar que tal proceso, que desemboca en una instantánea madurez, sirva como ejemplo para un niño o una niña que acaban de quedar huérfanos.
Sin negar las buenas intenciones de la trama y las muy bellas ilustraciones de Rosa Osuna, “no es fácil” leer y releer esta historia sin volver a revivir momentos de congoja y pesadumbre.
“Mi abuelo Carmelo”, de Dani Torrent (Barcelona, 1974), es un sentido homenaje a la figura del abuelo y a la memoria que muchos niños y niñas conservan de tan íntimo y cómplice personaje. El propio Torrent, que se ha encargado de dar vida a las imágenes, aprovecha las mismas para armonizar el paso del tiempo y hacer que sus dos protagonistas crezcan al hilo de la narración.
Los recuerdos del nieto, (“Mi abuelo Carmelo tenía un jardín. Cuando yo era pequeño, pasaba allí las tardes, plácidamente”), la cercanía de sus remotas historias, la nostalgia de aquellos veranos donde compartían el paso de las nubes y el vuelo de las golondrinas, la sed de las plantas que ambos saciaban manguera en ristre…, devienen en la certeza de un tiempo que ya no volverá. Porque “todo ha ido cambiando” y “el abuelo Carmelo ya no está”. Pero queda la intensa remembranza de un ayer pleno de felicidad y de amor compartido, de una enseñanza provechosa (“Las plantas del jardín han crecido …/… Y ahora soy yo quien las refresca”)
El autor catalán relata con suma delicadeza el tránsito a la edad adulta y expresa con brevedad y ternura el definitivo adiós de un ser querido. Las cromáticas metáforas con las que se ilustran pasado y presente son un acertadísimo contrapunto de dos etapas tan distintas como también dichosas.
En suma, un volumen donde el fluir del tiempo hace que los sentimientos más íntimos afloren hasta posarse muy cerca del corazón.
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