Me atrevería a decir que ninguna de estos dos volúmenes son antologías navideñas al uso: por más ambiciosas y abarcadoras. El primero se remonta a los orígenes del villancico, los cuales, como apuntaba Covarrubias allá por 1611, “son las canciones que suelen cantar los villanos cuando están en solaz”, y de ellos tomaron los cortesanos, “a este modo y mensura”, modelo para los “cantarcillos alegres”; y añade Covarrubias: “ese mesmo origen tienen los villancicos celebrados en las fiestas de Navidad y Corpus Christi”; tras cuya frase, Silvia Iriso apostilla con razón: “Su definición resume en apenas tres frases la historia de nuestro villancico”: el de tradición “intrínsecamente hispana”.
Profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y experta medievalista, Iriso ha concebido y estructurado su libro en tres grandes apartados: “De la villa a la Corte: Villancicos del Renacimiento”; “En el templo: El espectáculo barroco”, y “La estrella, la luna y el Niño en la cuna: Edad contemporánea”. La labor estudiosa y selectiva desplegada por la autora, merece sin duda comentario más amplio, que el espacio de que dispongo no me permite. Pero sí quiero destacar la representación elegida para ese tercer apartado, el de los contemporáneos, que va de Gregorio Martínez Sierra a Carlos Murciano, con escasos nombres entre ambos (Alberti, Rosales, Hernández, Adriano del Valle, Hierro, Crémer…). No están poetas navideños por excelencia, como Gerardo Diego, Federico Muelas, Antonio Murciano, García Nieto. Pero ya he dicho más arriba que no es una antología al uso; sí, por otras muchas razones, excelente.
Esos nombres, cuya ausencia menciono, están en su mayoría en “¡Navidad! ¡Navidad!”, la otra compilación que me ocupa. De las generaciones últimas, ya consagradas, sólo José Javier Aleixandre y Carlos Murciano aparecen.
Fernando Carratalá, catedrático de Instituto y responsable de esta edición, tras su puntual prefacio, no se limita a la poesía en su escogencia -si me consienten la palabra-, sino que la amplía al teatro (“Auto de los Reyes Magos”, de Gil Vicente) y a la prosa, con textos de Pereda, Pardo Bazán, Blasco Ibáñez, Rubén Darío, Valle-Inclán y Juan Ramón, y completando la entrega con una selección de villancicos populares, que va desde “Una pandereta suena” a “El tamborilero”.
Apunta Carratalá que el mundo de las artes -música, pintura, escultura, arquitectura- “es inconcebible sin una referencia explícita, en toda época y lugar, a la Anunciación del Ángel a la Virgen María, al nacimiento de Cristo y a la adoración de los pastores y Reyes Magos en un humilde pesebre en Belén… En este ámbito místico no podía faltar la aportación de la literatura”. Y es lógico. Porque literatura son los Libros Sagrados, donde los misterios divinales se nos narran y ¿explicitan? Misterios son, al cabo, que escritores y poetas abordan desde el Medievo, y seguirán haciéndolo en los tiempos que vendrán.
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