Notas de un lector

Por las calles del tiempo

Quien esto escribe, confiesa haber dedicado muchas y gratas horas de lectura a la obra lírica de Luis Alberto de Cuenca (1950). En estos últimos años, recuerdo haber reseñado sus últimos poemarios y haber agradecido que, como crítico, me llegasen sus versos más recientes para adentrarme por sus pliegues y sus rincones.
Ahora, con la aparición de “Por las calles del tiempo” (Renacimiento. Sevilla, 2011), el autor madrileño ha vertebrado una Antología Personal, que abarca poemas escritos de 1979 a 2010, pertenecientes a los siguientes libros: “La caja de plata” (1985), “El otro sueño” (1987), “El hacha y la rosa” (1993), “Por fuertes y fronteras” (1996), “Sin miedo ni esperanza” (2002), “La vida en llamas” (2006) y “El reino blanco” (2010).


La renovada lectura de estos versos, confirma las diferentes virtudes que atesora el decir de Luis Alberto de Cuenca: una múltiple y enriquecedora temática, un exacto dominio de los metros y estrofas, un sólido bagaje cultural, un verbo límpido, carente de ambages, y un mensaje cómplice y pleno de esencialidad, que cualquier lector puede hacer suyo.
Si bien de esta compilación, quedan fuera ejemplos de sus dos primeros poemarios, “Los retratos” (1971) y “Elsinore” (1972) -marcados ambos por la predominante corriente de culturalismo histórico de entonces, y que De Cuenca abandonase más tarde que pronto-, el material seleccionado inventaría una forma personalísima de entender la lírica. Aferrado a un concepto contemporáneo de la misma, su cántico se alienta desde una realidad latente y solidaria, que aporta clarividencia, e invita al memorial íntimo de un verso sabiamente moldeado: “Apagaste las luces y encendiste la noche./ Cerraste las ventanas y abriste tu vestido./ Olía a flor mojada. Desde un país sin limites/ me miraban tus ojos en la sombra infinita”.

El vate madrileño es un fiel amante de los objetos que alumbran un recuerdo, de los sentimientos que perpetúan un sueño, de todo aquello que persigue la aventura de vivir y que golpea sorpresivamente la mirada. A sus poemas, se anudan escenarios y personajes tan diversos como inspiradores, y así, las remotas galaxias, una calle de Madrid, el Jardín Botánico de Oxford, una bruja, la Cenicienta, san Francisco, Virgilio, Shakespeare o Popeye, se convierten en materia palpablemente lírica: “Fui feliz en aquella casa de flores/ y de libros prohibidos. La casa en que tú eras/ ginebra en nuestros juegos, y yo era el rey Arturo/ (no había un Lanzarote que echara a perder todo)”.

Capítulo aparte, merece el tratamiento que De Cuenca otorga a lo amoroso, pues con galantería, sarcasmo y toques de erotismo, pulsa las teclas de un romanticismo muy variado. En ocasiones, es el soneto -forma por la que confiesa su devoción- la estrofa elegida para dar rienda suelta a sus versos amantes: “Si sólo fuera porque tú me quieres/ y yo te quiero a ti, y en nada creo/ que no sea el amor con que me hieres…/ Pero es que hay, además, esa mirada/ con que premian tus ojos mi deseo,/ y tu cuerpo de reina esclavizada”.

Al cabo, una dichosa y recomendable lectura, que da pie a conmemorar, junto al autor, el cumpleaños vital y literario que hoy mismo celebra con sus versos y con sus lectores.



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