De entre las múltiples novedades que abrirán el curso poético del Nuevo Año, espigo algunas recomendaciones con evidente acento extranjero.
“Poemas de guerra” (Acantilado. Barcelona, 2011) de Wilfred Owen, recupera la antología que en 1920 preparasen Siegfied Sassoon y Edith Sitwell sobre el poeta británico.
Tras su estudios universitarios, Wilfred Owen (Oswestry, Inglaterra, 1893), se enroló en el ejercito y sirvió con lealtad y honor a su patria. Recibió la Cruz Militar al valor y en noviembre de 1918, mientras intentaba llevar a sus hombres a través del canal francés de Sambre, encontró la muerte.
En aquella edición original, Siegfried Sassoon anotaba: “Owen nunca escribió sus poemas para producir el efecto de un gesto personal. Se compadecía de los demás, no de sí mismo”. Casi un siglo después, estas palabras siguen vigentes, pues el decir del autor inglés viene signado por una mirada que gira en derredor del planeta y de cuántos lo habitan. En el poema que le sirve de prefacio, escribe Owen: “Este libro no trata de héroes (…) Mi tema es la guerra y la pena de la guerra. La poesía está en la pena”. Y múltiples ejemplos de ello, asoman por estas páginas que ha traducido con acierto Gabriel Insausti, quien a su vez se ha encargado de la edición y de unas muy enriquecedoras notas.
“¡Una vida feliz y corta, amigos¡/ Solíamos decir: `Qué horror ser viejos´”, reza uno de los textos owenianos. Y su aparente deseo quedó cumplido. De su madurada juventud, de su trágica muerte, sobreviven al menos estos poemas empapados de dolor y de nostalgia.
Para Herman Hesse, fue Novalis (1772 – 1801) el autor de la obra más singular y enigmática que ha conocido la historia intelectual alemana. Su temprana muerte, acaecida con tan sólo veintinueve años, truncó la trayectoria de un autor cuyo ideal romántico ha quedado como inmejorable ejemplo de una forma de entender no sólo la literatura, sino también la vida. En su breve existencia, y llevado por su inmensa curiosidad literaria, Novalis tuvo ocasión de conocer a una espléndida generación de poetas y pensadores patrios: Fichte, Hölderlin, Goethe, Tieck, Schelling, Herder, Jean Paul…
Ahora, la obra de este escritor -pionero en la idea de esenciar el concepto de la realidad europea-, se renueva con sus “Poemas tardíos” (Linteo. Ourense, 2011). El volumen, reúne una serie de poemas escritos por Novalis en sus últimos años -entre los veinticinco y los veintiocho- y, que en palabras de Antonio Pau, -encargado de la edición, traducción e introducción-, resultan valiosos y originales y revelan con toda nitidez la personalísima visión que Novalis tenía del mundo. Las versiones de Pau son gráciles y ajustadas, y nos devuelven a un Novalis en plena forma, dador de un verso melancólico, místico, amargo y amante.
Divididos en tres apartados, los “Poemas de Freiberg” aluden al lugar donde fueron escritos y destacan por su corte confesional. “Poemas del regreso” tratan la vuelta al hogar, y por último, ”Poemas tardíos”, que nominan la edición y que incluyera en su novela “Heinrich von Ofterdingen”, y que tanto recuerda a “Los años de aprendizaje de Wilhem Meister” de J.W Goethe.
Espléndida ocasión, pues, para volver a y revolver entre los versos de este genio germano, cuya lírica verdad sigue intacta doscientos años después de su muerte: “Despierta el poeta de sus bellos sueños/ y se levanta con alegre impaciencia”.
Bajo el título de “Poemas escogidos” (Visor. Madrid, 2011), ve la luz una amplia antología de D.H Lawrence (1885-1930). Ya en 1998, el lector había tenido ocasión de acercarse a la obra del escritor británico a través de la compilación que vertiera al castellano José María Moreno Carrascal en la editorial Renacimiento. Ahora, Marcelo Covián hace un notable trabajo al seleccionar este corpus de entre los más de mil poemas que D.H.Lawrence dejase escritos.
Es sabido que la fama de Lawrence fue consecuencia de su producción novelística, pero su lírica no desmerece de ella. En palabras del propio Marcelo Covián, D.H.Lawrence “anticipó una serie de visiones que hoy forma parte integrante de nuestro entorno cultural, pero que en su época le valieron la incomprensión y el rechazo”, sobre todo, el atraso en la concepción de los aspectos sexuales, su falta de fe en el progreso y sus dudas sobre los poderes políticos y sociales de entonces. A causa de ello, su vida se convirtió en lo que él mismo denominó una “peregrinación salvaje”, al tener que alejarse irremediablemente de los reprimidos estamentos británicos que lo rodeaban.
Se recogen aquí textos de sus “Primeros poemas” (1906-1911), “Pájaros, bestias y flores” (1920-1923), “Pensamientos” (1928), “Ortigas y más Trinitarias” (1929) y “Últimos poemas”. Su primera etapa está marcada por acentos provenientes de la Naturaleza, donde los frutos secos (“Higos”) frutas (“Granadas, “Uvas”), plantas (“Ciclámenes de Sicilia”)…, sirven incluso de título a sus poemas, y por un verso de mayor rigor estrófico, que con el paso del tiempo dará paso a otro de creciente heterodoxia.
En sus últimas composiciones, puede hallarse al mejor Lawrence, por la madurez con la que modula su decir, por la temática más cercana al alma humana y por su menor grado de conflictividad discursiva: “¡Oh, hablemos del silencio que conocemos./ que podemos conocer, el quieto y amoroso silencio/ de un fuerte corazón en paz!/ “.
En 1915, vio la luz la “Antología de Spoon River”, un excelente poemario por el que un humilde y esforzado abogado de Kansas, Edgar Lee Masters (1868 - 1950), alcanzaba la gloria. Aquel año vendió diecinueve ediciones de su libro, pero al par de su éxito sin precedentes, comenzaba a forjarse su descenso a un incierto y amargo futuro. El autor norteamericano probó fortuna con más de cuarenta obras y distintos géneros: novela, ensayo, teatro, biografía…, y poesía (más de veinte poemarios), pero ninguna de sus obras alcanzó el relieve y significación de su compilación “riveriana”. Aquellos intentos -¿fracasos?- lo convirtieron en un hombre huraño y distante, y en sus últimos años se recluyó en el Hotel Chelsea de Nueva York, donde sobrevivió gracias a la caridad de algunos viejos amigos.
Ahora, y gracias al titánico esfuerzo traductor de Teresa Barba y Andrés Barba, llega la ocasión de adentrarse en “Acta del juicio” (Pre-Textos. Valencia, 2011), una gruesa narración escrita en verso, con la que Lee Masters quiso crear esa gran Novela Americana que tantos escritores estadounidenses han querido legar a su patria.
Para esta ocasión, Lee Masters puso al servicio de tan magna obra sus conocimientos como abogado durante los “largos años que pasó en el juzgado de Chicago defendiendo en los juicios a los obreros, comerciantes, carpinteros y hombres de negocios”, además de crear una inquietante ficción sobre la misteriosa muerte de Eleonor Murray. Al hilo de su principal protagonista, van surgiendo muchos otros personajes que se ordenan como un perfecto mapa de las virtudes y defectos de la América de entonces.
Al cabo, el lector tiene ante sí un magno despliegue de recursos, con los que Lee Masters quiso demostrar que era capaz de manejar el drama, la lírica, la épica…, o incluso, la alegoría, de forma precisa y convincente, además de dejar escrita un inequívoca y personal declaración de intenciones: “He escrito un libro/ llamado Acta del juicio, un censo espiritual/ de nuestra América”.