Este colombiano de Medellín, nacido en 1959, es un versado ensayista -José Asunción Silva, Pablo Neruda, Octavio Paz, Juan Ramón Jiménez, Giovanni Quessep, entre muchos otros, han sido protagonistas de sus estudios-, además de un consumado editor, pues fundó y dirigió la colección de poesía de la editorial Galaxia Guteberg/ Círculo de Lectores, que ha publicado más de cincuenta volúmenes dedicados a los grandes poetas de nuestro tiempo.
Para esta entrega, el vate colombiano ha reunido los poemas compuestos entre los años 200 y 2010, una década de creación que ha generado frutos notables.
Dividido en tres apartados, el volumen se abre con el poema que da título al conjunto: “Tus párpados se mueven y la vida respira./ Algo de transparencia se consume./ El mundo se refleja en tu piel/ cuando el dolor es una herida,/ por aquellos que azuzan/ la avidez, la desidia, la ambición”. Y sobre esa figura femenina que el yo lírico dibuja bajo la piel de los sueños y la realidad, giran los restantes textos, en los que a través del tacto y el silencio, todo comienza a resultar cambiante: “Con mis pupilas sigo en busca/ del origen para empezar de nuevo”.
En su segunda sección, el verso de Nicanor Vélez se hace más afilado, más rotundo, y su verbo se atreve con ese difícil arte que encierra la definición poética: “El poema celebra/ o abre la grieta del silencio (…) El poema no dice: crea el misterio con su trazo./ Nunca acaba su gesto: empieza, siempre recomienza”.
Además, su voz denuncia la injusticia social derivada del racismo, los asesinatos, la hipocresía, la privación de la libertad o las guerras, tal es el caso de su poema “Palestina”: “No hay eco, no hay respuestas./ El poder es visible con esa voz que truena/ y el pueblo es invisible en su silencio abierto”.
Como coda, el poeta se enfrenta a una plural elegía, donde memora el lecho último de su abuelo, monologa con su suegra María (“¿Sabes que me he quedado solo conversando con tu muerte?”) o recuerda el doliente adiós paterno: “”Mi padre ha muerto;/ y el mundo está cantando/ mientras los ojos de mi madre dicen/ que se han quedado solos,/ y su inmensa ternura/ todo lo sigue dando”.
Si bien el poemario conforma en su conjunto una grata hilera de recuerdos íntimos, no cabe duda de que tras sus versos se esconde una inmensa puerta a la meditación. Además de su comedido tono confesional, Nicanor Vélez derrama imágenes plenas de intensidad, composiciones de honda reflexión. Y así, completa una obra donde destaca el exacto ritmo versal y el amor sincero que rodea tanta verdad: “El mundo se remansa/ con la tensa belleza de tus ojos/ y todo desemboca en gesto:/ la luz que gira,/ la voz que vuela,/ la piel que sueña:/ vida en ti”.
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