Dejó escrito Octavio Paz que los tres elementos más significativos de la poesía japonesa eran “la brevedad, la claridad de sudibujo, y su mágica condensación”. Claro que, el Nobel mexicano, no se olvidaba de la “importante carga de especulación filosófica y el pensamiento puro” que podía apreciarse en el decir de la lírica nipona.“De una mujer en una tierra distante” (Pre-Textos. Valencia, 2024), de Tada Chimako (1930 – 2003) se presenta como un claro ejemplo de las características citadas.
Esta edición bilingüe ha contado con la lúcida traducción de Megumi Kubo y Ernesto Hernández Busto. En su prefacio, este último, sitúa el tiempo y el espacio en el que la autora nacida en Fukuoka desarrolló su carrera literaria y docente. Tras pasar su juventud en Tokio y graduarse en Literatura Francesa, se unió e 1954 a un amplio grupo de poetas vanguardistas, fundadores, a su vez, de la revista Mitei. Dos años después, y ya asentada en Kobe, contrajo matrimonio y publicó su primer poemario, “Fuegos de artificio”. A éste, le siguieron más de quince, de los cuales esta oportuna antología recoge una jugosa muestra. En 2001, a Tada Chimako le fue diagnosticado un cáncer de útero del que se negó a recibir tratamiento. Murió en el mes de enero de 2003, en un hospicio al pie del monte Rokko.
Su decir tiene una personalísima capacidad de sugerencia, una expresividad delicada que invita a acercarnos a una realidad donde contemplar rasgos y perfiles que parecieran poco relevantes. Y, sin embargo, en esa sabia interpretación del detalle, en esa sugestiva manera de fragmentar la particularidad radica una de sus múltiples virtudes: ”Una rosa:/ en ella están todos los registros y matices del escarlata./ los pétalos de color degradado son `cadenas del ser´./ conectan el cielo con la tierra, el futuro al pasado (…) Una rosa: universo rotando alrededor del tiempo siempre abierto centro de la flor (…) Esta flor que nace en mí me da luz”.
La hondura de sus reflexiones tiene, también, fiel reflejo en muchos de sus textos por los que atraviesa despaciosamente la sombra de sus vivencias. Consciente de su fugacidad -“El universo es efímero”-, su palabra se torna empírico azogue, sostenidoanhelo frente a cuanto acontece. Y así, con la certidumbre de una mirada escrutadora, atenta a cuanto lleva en sus contornos la acechanza de la existencia, escribió sus preguntas frente a la tristura y a la dicha, frente al presente y al adiós: “Cada vez que despierto, el paisaje ha cambiado./ El aire está repleto de mariposas/ que vistas al revés se vuelven hojas muertas,/ y al dispersarse dejan un vacío,/ un rugiente túnel vacío./ -¿Dónde es la última parada?/ -¿Tú tampoco lo sabes?”.
En sus dos últimos años de enfermedad, escribió un buen número de haikus, tal vez, con la intención de contrarrestar el dolor de su final. Póstumamente, verían la luz en 2004 bajo el título de “Al romper el sello”, junto a otra edición conmemorativa y no comercial, “Recuerdo del viento”. En ellos, perdura y pervivirá la hermosa voz de una escritora plena de humana sensibilidad: “Tras caminar/ seis décadas sin pausa,/ mi sombra exhausta,/ yace dónde ha caído/ sin querer levantarse”.
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