“El libro de los árboles” (Anfora Nova. Rute, Córdoba, 2010), supone la primera entrega de Alicia Aza. Esta madrileña del 66, -abogada en ejercicio y que fuera docente de la Universidad Rey Juan Carlos-, ha vertebrado para su bautismo un sobrio cántico que rinde homenaje a una figura tan humilde y solidaria como es el árbol. -Y de ecos tan femeninamente líricos. Valga recordar el “Himno al árbol” de Gabriela Mistral: “Árbol que no eres otra cosa/ que dulce entraña de mujer”…-
Dividido en tres apartados, “Los árboles que nos habitan”; “Devociones en los humedales sombríos” y “Bajo las ramas de la memoria”, el libro conjuga con precisión el binomio Ser Humano-Naturaleza, y de esa dicotomía, brotan precisamente las ramas más armónicas y verdaderas que conforman el conjunto. El castaño, la acacia, el sauce. el magnolio (“Tus labios, sépalos robustos/ que dulcifican la sonrisa/ de un cáliz poseedor de néctar,/ se condensan en mi memoria”), se suceden en esta primera parte y se abrigan con un verso bien ritmado “al olor del fresco perfume” que desprenden sus antiguas savias.
La siguiente sección, se acuesta sobre los párpados cómplices que refleja “La luna en el lago de Oriente” o invita a conocer la “Gestación de un nenúfar”, a la par que homenajea a distintos personajes femeninos como Jacqueline Lamba, Lou Andreas Salomé, Nelly Sach o Alice Lidell, a quien el reverendo Dogson canta en el poema titulado “Evocación de una sombra octogenaria”: “Más allá de los pálpitos vividos/ en la memoria de los inventados (…) Más allá de tus cantos/ pasados y futuros./ Más allá, mucho más que tu existencia/ está tu consecuencia con la mía”
Como coda, la memoria se alza protagonista impenitente y el yo poético se cobija en una hilera de vivencias, recuerdos, albures…, que dan cuenta del dolor de la pérdida y de una soledad hiriente y de compleja cura: “No te afanes en mi refugio/ vete y facilita que mire/ como se afilan mis entrañas./ Y si tú permaneces/ recrearé para siempre/ la libertad del viento”. Tan sólo el brillo sanador de las palabras, el horizonte futuro del sosiego, la sed de sumergir para siempre la nostalgia… parecen abrir un camino a la esperanza que rompa con la turbia codicia del ayer: “Y velaré de tu sueño expectante/ por si el destino un día estremecido/ me permita ver la clara bruma/ de la ventana de tu alma cautiva/ preludio de los pasos que dirijo/ a la casa que espera mi regreso”.
En suma, un poemario de inspiradores acentos, con el que Alicia Aza muestra una sugestiva manera de hacer. Su verbo viene cargado de autenticidad y desde esa premisa surgen sus mejores momentos. Manuel Gahete afirma en su prefacio que la poetisa madrileña “es una de las más firmes promesas de la poesía actual, una escritora comprometida con la emoción y el verbo que acuerda sabiamente la difícil adecuación entre fondo y forma”.
Y no le falta razón.