Tres siglos atrás, dejó acuñado Alexander Pope que “los seres humanos pueden acariciarse con palabras”. Sabía bien el poeta británico que cada texto es un espacio inconcreto, lleno de posibilidades significativas, de semánticas laterales que se encuentran a la espera de ser comprendidas de forma plural y libre. Al cabo, esa citada
caricia, sería la misma que Wolfgang Iser convertiría después en síntesis de su pensamiento, pues el lingüista germano postuló el “efecto estético” de los mensajes como referente indispensable para la comprensión de cualquier receptor.
Ahora, con la publicación de “Lo que (no) sé de las palabras” (Cálamo. Palencia, 2024), de Angélica Tanarro, el poder, la sugerencia y las capacidades intelectivas y cognoscitivas de cada vocablo se despliegan hechos poesía esencial y común.
Docente, crítica literaria, cinematográfica, de arte contemporáneo y especializada en información cultural, la autora madrileña da a la luz su tercer poemario, tras “Serán distancia” (1994) y “Memoria del límite” (2022).
La dedicatoria que sirve de pórtico, “Para Carmen Martín Casla, mi madre. Todo. Siempre”, abre la identidad de un testimonio que no remite a los símbolos como materia efectista, sino que manifiesta el tejido vital de una conciencia en vilo: “Vivo de pie sobre tu sonrisa./ El tiempo nos hizo la casa/ -alrededor-/ sin darnos cuenta. Paredes contra el viento,/ alicatado de palabras,/ desván de la memoria (…) Me acuesto cada noche sobre tus cimientos”.
Desde la incitación a una densidad comunicativa que pronuncie cada nombre de manera cómplice, el yo lírico se aproxima y se distancia de su realidad y de su acordanza para moldear con más certidumbre cuanto fulge tras la historia de sus días. La finitud de lo más querido convoca sombras, pero también una forma posible de amar en la oscuridad, en el silencio, en el vacío, y resucitar con el propio verbo el prodigio de todo cuanto fuera luz: “Serás para siempre el sol de aquella tarde”.
Frente al bordón de lo posible, la primacía de lo textual amplía el inevitable proceso de la ausencia y asume desde el horizonte de la consciencia un viaje ulterior e íntimo: “Como si te fueras desprendiendo poco a poco…/ Tus manos desatan los hilos/ con paciencia de orfebre./ Araña que desteje/ mapas y biografías…/ Y tu voz maternal/ una herida/ que aún no sangra”.
Para que cada término no pierda el acento de especificidad, la lumbre de su contenido, Angélica Tanarro apela a un ordenamiento contiguo, a una selectiva denotación y connotación que derivan en un discurso sugerente, unánime, tensionado por un registro que sabe ocupar un espacio y un tiempo aún latentes: “Ha llovido toda la tarde./ En el jardín/ he enterrado las cartas de los muertos/ y he vuelto a rezar./ He rezado por todas las palabras”.
En suma, un poemario vertebrado sobre una sostenida autenticidad, donde la honestidad suprema de la expresión se hace atractivo diálogo, voz honda y generadora de una dicción coincidente con todo aquello que fuera alba del corazón: “Soy el nombre que vive en tu memoria/ y araña tu desmemoria”