Con el aval del accésit del premio “Adonáis” en su última convocatoria, ve la luz “El aire dividido” (Rialp. Madrid, 2024), de Antonio Díaz Mola. El autor malagueño (1994) ha articulado un poemario de amplios acentos connotativos, en donde el amor sirve de eje unitario, de sólido sostén para unsugestivo cántico.
Sabedor de que la palabra habita en lo más hondo de ser humano, el yo que articulaestas vivencias se atreve a mirar de frente la certidumbre de lo que más se quiere. Desde esta premisa, su voz resuena sin ambages en pos de una pasión que parezca natural, de una sensualidad que remita al mañana: “Separo lo que he hecho/ de todo lo que queda por hacer,/ y llamo a tu futuro novedad./ El mío si es contigo es duradero./ Y no la flor:/ mortal idolatrada”.
A la conciencia de plenitud que sobrevuela estas páginas, se une un imaginario que legitima lo empírico y traza con verbo sensual la fidelidad de un corazón que no se arredra, sino que late de manera cómplice, confidente: “Me prestas tu reloj/ a cambio de palabras/ para que algo ocurra/ en la constelación de las esferas (…) Ahora, tú,/ desprendida de él/ ausente de artefactos/ vives la autonomía de la pausa./ Feliz, libre, total,/ pasas tu tiempo al mío./ Yo espero que se quede/ conmigo y en mi pulso/ lo mismo que el silencio/ en mis ventanas”.
Fue Joan Margarit quien sentenciase que “la poesía es una forma de amar”. En estos poemas de Antonio Díaz Mola, hay, en verdad, una bella manera de enraizar el corazón a todo aquello que circunda a la amada. Porque, por y para ella, están escritos estos poemas que nacen en el tacto que cubre las albas, en el temblor de una tormenta, en el principio de un infinito, en la corteza de las horas compartidas: “El aire de la voz con que te nombro,/ distinto a cualquier aire pasajero”.
Las tres secciones que conforman el conjunto, “El aire dividido”, “Dos sextinas” y “Escenas de nocturnos”, conforman, en buena medida, un todo unitario al hilo de las huellas que el sujeto lírico perpetúa sobre un tiempo vívido, sobre un cobijo propio y común donde pretende asentar su fe ante cualquier atisbo de desolvido. Su palabra se hace corpórea frente a la sed de lo presente y de lo pretérito y ambiciona la redención de un espacio capaz de albergar la dicha de lo venidero.
Es sobresaliente la modulación rítmica de la que hace gala el poeta andaluz y de la sabia dicción con que interpreta un discurso muy bien asentado, plural en sus postulados, unánime en su intención, desnudo en su candente armonía, y que convierte este libro en un amatorio de homogénea hondura, de luminario asombro: “Para salvar mejor una distancia/hay que llegar puntuales a la noche./ Y que sean testigos las paredes/ de cuánto amor circula por las horas/ en el reloj latido de este cuerpo./ Creer, creo en nosotros, y en más nada”.