Notas de un lector

Poética Navidad de libros

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Oportuna edición de la obra poética de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959). Compilada bajo el título de “Yo quisiera llover” (Demipage. Madrid, 2010), se recogen aquí setenta y cuatro poemas de los seis poemarios firmado por él hasta la fecha, además de seis inéditos. En 1977, dio a la luz “Ave sombra”, y, en 1990, cerró la serie con “Aves del litoral” (1990); porque el poeta donostiarra apenas ha continuado su labor lírica, pues su paso a la narrativa fue tan radical como exitoso.



Por ello, tiene ahora el lector la fortuna de contar con este amplio ramillete de textos, donde redescubrir una poesía luminosa, de altos vuelos -y no aludo a esas aves-, en la que destacan originales combinaciones lingüísticas, peculiares juegos semánticos, metáforas muy puras y una sorpresiva libertad creadora que conforman este recomendable florilegio.

Fernando Aramburu testimonia en su decir lo vivido y lo vívido, y apura el verso hasta el límite exacto, sin que nunca se convierta en banal retorcimiento: “Como los barcos del atardecer/ que ya no vuelven nunca, pidiendo vida lentamente/ al borde del mar, aunque no sepas/ de este dulce saqueo/ en la memoria,/ deja que unas palabras/ perseveren en ti -en nada-, y me demoren”. Su temática -rodeada en muchas ocasiones de agua y de memoria-, se sumerge en lo amatorio, en la desolación, en la dicha…, en suma, en el devenir existencial del hombre y su conjura contra la muerte, y poetiza, también, instantes más cotidianos, como es el caso de “Cerveza”, un espléndido poema que aúna el fulgor de las remembranzas y la diaria rutina:”Grata como susurro al escanciarte, en la memoria/ de noches calurosas, al borde de un abismo de besos (…) Sáciame mientras caigo como hoja/ enferma de existencia consumida/ a tu modo cordial de suave soledad,/ espuma deleitosa,/ frescor amargo de quien espero sepa/ un rato devolverme los días que pasaron/ de amable dios tardío sangre rubia”.

Esta nueva estación que principia el frío y la nieve, tiene en el “Soliloquio de Invierno” de Carmen Rubio, un exacto referente lírico. Este poemario maduro y muy bien urdido -por el que la poetisa granadina fue galardonada con el “Rosalía de Castro” de la Casa de Córdoba en Galicia-, da cuenta de las remembranzas de una casa que una vez fuera hogar cálido y amante y que ahora “como superviviente de un naufragio/ viviese recluida en su mudez”.
Al hilo de un verso bien ritmado -como es habitual en esta autora-, el volumen se sumerge en los adentros de un corazón que clama en soledad porque “sabe, que como al día,/ las horas se le escapan, y el cansancio/ igual que la carcoma, va minando sus huesos”.

Su segundo apartado, “La soledad”, incide en esa pérdida que no borra la distancia ni el rutinario acontecer. Pero no todo es sombría historia. Aún queda, junto al ángel de la esperanza, un pedazo de alegría que ilumine el espacio que nunca podrá disolver ausencia alguna: “Me digo:/ soy feliz porque doy/ mis ojos a la luz que me amanece”. La misma que ilumina de muy buena poesía estas páginas.

El quinto poemario de Ambrosio Gallego (Badajoz, 1963), “Con breves ojos” (Denes. Valencia, 2010) -premio “César Simón”-, derrama su cántico al par de unos sobrios haikus que, reunidos a pares o en tríos, ocupan todo el volumen como exclusiva forma estrófica. El vate pacense, ha sabido moldear un paisaje cercano y familiar -el conjunto está dedicado a la memoria paterna- que de manera cíclica abunda en acentos de corte telúrico: es decir, una devoción por la tierra que llega a ser capaz de anular el daño, el abandono y la sombría mortalidad. Para ello, Ambrosio Gallego se vale de unos ojos breves y muy líricos que parpadean junto a la esencia de cuanto mora en su derredor: “La huella seca/ se ha llenado de agua/ para la sed./ A ras de suelo/ el agua también reina/ inadvertida./ Mirarlo todo./ Llenar con la mirada/ la sed del mundo”.

Sabedor de que hay que seguir creyendo en las cálidas promesas, en las territorios comunes, en las raíces humanas, su verbo quiere también llenarse de límpida y compartida esperanza (“Anciana amarga/ junto a la miel que vendes/ ¡qué bien te endulzas./ Y cuando cantas/ junto a la miel que vendes/ nada es dolor”). Y ofrecer -como hace- un libro de sabia y grata lectura.

Con “La luz”, Coriolano González Montañez amplía su larga nómina de títulos publicados. Este tinerfeño del 65, que une a su poética condición su buen tino a la hora de coordinar el suplemento literario “El perseguidor” del “Diario de Avisos” de Tenerife, apuesta en esta entrega por homenajear también al ya citado haiku.

A excepción de un pequeño apartado, “Los días” -donde la estrofa utilizada es el tanka-, el poeta insular hilvana con precisa aguja una lúcida reflexión sobre los temas más apegados a su íntimo discurrir. De ahí, que entre lo meditativo, lo elegíaco, lo amoroso, lo metafísico, etc, sus versos se alineen para conformar este mapa tan personal. Los elementos propios de la isla (“La platanera:/ una ligera brisa/ para esta noche”), los espacios que habitan su propio yo (“No era una sombra/ con quien he conversado/ en este andén”), las instantáneas que se eternizan en la retina (“Viento de invierno:/ en el volcán dormido/ aún la lluvia”)… son el hilo conductor de unos versos donde el Ser humano y la Naturaleza se funden en exacta comunión. Y que, a su vez, gustan y emocionan: “”Olí tu ropa:/ mis lágrimas quedaron/ en la gaveta”.

“Dos minutos y medio” (Verbum. Madrid, 2010), es el segundo poemario de Reyes Cáceres, tras la edición en 2007 de “Vivir en ámbar”. Ahora, su discurso, se orienta hacia la lucha titánica con la inexorabilidad del tiempo. Desde su título, la escritora madrileña apuesta por no revolverse ni rebelarse contra el desasosiego que implica la finitud, sino que se complace en la intensidad de los instantes que derivan del curso de los días: “Acoge entre tus dedos/ los flecos de la tarde,/ dos minutos y medio./ Apriétalos con ansia/ como atrapas el día y la noche,/ para que no se escapen./ Préstales la dicha y el calor/ de tu vibrante aliento/ y todos los minutos de la historia/ volverán a ceñir tus manos/sedientas de trigales”.

Y así, a vueltas con la memoria y el futuro, y exprimiendo con placer el fulgor de cada momento, su “lenguaje cuidado, preciso, lírico, sin almibaramiento” -como escribe en el prefacio Milagros Salvador-, se hace río amable y fluido, transparencia de una historia común, paisaje cómplice “donde habitan los amores vividos”.

“La voz que falta,” supone el bautismo poético de María José Martínez Sánchez que además de su licenciatura en Farmacia y su devoción por la Historia, vive con pasión la literatura.

En esta entrega, su pulso lírico viene signado por una temática humanista, donde la conciencia no se aparta de la intensa realidad que la circunda: “Esta luz que persigo y que no es nada/, si se pierde en lo eterno ya no vale,/ sólo tiene sentido si tropieza/ con algo de materia de aquí abajo”. Desde ese plano palpable, su decir se actualiza y se fusiona con los aspectos más vivos de su latente verdad ( “No se aprende de nadie,/ se sabe de uno mismo”).

Y gracias a su hábil versatilidad para las distintas estrofas y tonalidades métricas, la poetisa coruñesa pinta un lienzo del sentimiento, donde la emoción dibuja con sinceridad un verbo almado. “María José Martínez concibe la poesía como canto individual, pero también coral, también encantamiento”, anota en su prólogo Angel Guinda. Y partiendo de esa forma de entender el universo propio nos llegan estos textos de muy bella factura: “Dame tiempo a ser yo/ para que sea tuya”.

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