“La poesía es de las pocas cosas necesarias en la vida”. Así de rotundo, se mostraba Carlos Aganzo, pocas horas después de recibir el pasado mes de Junio el XX Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, que anualmente convoca la Diputación de Segovia. Este madrileño del 63, afincado hace tiempo en tierras castellano-leonesas, dirige en la actualidad el diario “El Norte de Castilla”, y une a su vocación periodística su fidelidad poética.
“Las voces encendidas” (Visor. Madrid, noviembre 2010), supone el sexto poemario de este reconocido sanjuanista y juanramoniano, y ahonda en la línea ya marcada en su anterior volumen, “Caídos ángeles”.
Si entonces, el vate madrileño, desposeído de la luz y la claridad de la niñez, se metía de lleno en la piel de un ángel para recuperar la esperanza de un tiempo dichoso y latidor, es ahora su voz interior -su íntima conciencia-, la que clama y protesta ante el árido paisaje en que hemos convertido nuestro único universo: “De la tenaz y oscura cobardía/ de los días comunes,/ de las rosas robadas/ y las huellas de lobos en la nieve/ no decimos palabra”, reza su poema inicial.
Tras este desasosegante panorama, tras estos sombríos territorios malheridos por el hombre, se alza este cántico que busca despertar del letargo a todos aquellos que, siendo parte del diario acontecer, no levantan sus ánimas ni sus gargantas para gritar a favor de un tiempo y un espacio solidarios: “En la voz de la noche/ se oyen todas las voces/ que callan durante el día (…) Voces que son el eco de otras voces,/ que no se acaban de ir,/ que nos persiguen/ con paciencia de siglos”.
Al sabio uso de las tonalidades rítmicas, une Carlos Aganzo su incesante indagación acerca de los límites de la realidad y la materia de la vida. Sin dejar a un lado la emoción -hay bellos poemas que desbordan la página en su amatorio discurrir-, adorna la sobriedad de su discurso con la honda reflexión, haciendo valer la dicotomía unamuniana -pensamiento-sentimiento- de forma integradora: “A veces las palabras,/ oscuras y traidoras;/ a veces los colores/, velados y sombríos;/ a veces los sonidos infernales del mundo/ nos aturden y esconden/ la solitaria luz del corazón”.
Hombre de acción, Carlos Aganzo no se limita a extender su mirada al par de cuanto acontece en su derredor, sino que pleno de vitalismo, se torna inmediato protagonista de lo que sucede y nos invita a escuchar la esperanza entre tantas sombras quebradas: “Voces que a veces vienen de lo alto,/ vestidas de hermosura,/ y nos cantan sin miedo/ esa otra canción que nos aguarda”.
Enamorado del jazz y de sus rebeldes acordes (“Esta música negra es bella e inquietante/ como una rosa negra./ Esta música negra late al ritmo secreto/ del corazón más negro de la noche”), el poeta madrileño rinde tributo a este género y consigue que el volumen dance con la intensa pulsión de sus notas convertidas en torrente de versos: ” El jazz es una música que quiebra/ los silencios cobardes (…) La libertad del jazz es como un pájaro/ azul y jacobino “.