El arrullo de las piedras

Publicado: 17/10/2023
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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En estos textos gravita la soledad de lo íntimo, la herida de lo vivo, el pespunte de lo amatorio
Escribió tiempo atrás Juana de Ibarbourou que la infancia es la etapa en la que todos los hombres son creadores. Sin duda que, ese tiempo de bondad, de inocencia, de esperanza, perdura en el corazón y en la mente de todos como parte trascendente del mañana.

Y, desde esa premisa, se vertebra  precisamente “Lejanías”, de Pablo Quintela (1993), con el que obtuviese un accésit del premio de poesía de “Arte Joven” de la Junta de Castilla y León, y con el cual suma su tercer poemario, tras “La pluma en el aire” y “Rumor del agua”.

Como pórtico, su Autorretrato deja ya a las claras cómo lo pretérito es y será materia constante que envuelva su ánima: “No puedo verme entre mis brumas/ ni en las lluvias que a diario/ me erosionan, porque aquello que ayer fue/ ya no será jamás. Todo ha claudicado”. Con la propia duda que genera el porvenir, el sujeto lírico se inquiere en busca de la verdad de sus anhelos, y añade: “Pero, ¿quién soy yo sino una distancia/ de mí mismo, un sueño que concluye/ con la luz, una sombra que ansía claridad?”.

En estos textos donde gravita la soledad de lo íntimo, la herida de lo vivo, el pespunte de lo amatorio, hay un hilo conductor que no es sino el de un tiempo que ha ido desprendiéndose lentamente, pero que aún late junto al enigma de lo indómito. Frente a esas deshoras que son ahora razón de ser, el poeta leonés se reafirma en su melancolía: “Estoy lejos, lejos… de aquellos/ años, de lo que fui algún día./ Sin embargo vuelvo tras mis pasos,/ tras mis juegos, tras tus ojos iluminados,/ para volver a mí, saber quién soy/ anclarme al mundo”.

Dividido en tres apartados, “Lejanías, Retornos y “Presencias”, Pablo Quintela se afana en sostener su verbo muy cerca de la realidad, muy próximo a una existencia que no se demora, sino que avanza en pos de una acentuada observación, de un registro plural que articule la dicotomía del lenguaje y de la vida, del pensamiento y de la poesía: la misma que el propio poeta considera “un acto de gratitud”, un acto de fe en palabras capaces de generar emociones que estilicen y aviven la escritura: “Así nace una voz entre tantas/ otras: buscando, indagando,/ hollando de nuevo el camino,/ para llenarse de polvo ya mojado/ mientras pisa los brezos en flor./ Entre bosques y espinas/ voy encontrando el consuelo/ de un ave destronada/ que, sin la caricia de la brisa,/ sólo espera el arrullo delas piedras”.

Un poemario, pues, que pretende aprehender los mapasinteriores del alma, que trata de dar brillo a la evocativa geografía de un yo que saboreó la dicha imborrable. Y, que aún hoy, reescribe en la pizarra de lo ido la incertidumbre de una finitud común: “Avanza la vida/ como una nube desolada/ que marcha lejos (…) El hombre se pregunta/ de donde viene,/ hacia dónde camina,/ si será algún día como ella:/ una vapor que asciende sobre el mundo”.

 

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