Encuadrada en el grupo del cincuenta -más por edad que por concomitancias generacionales-, la obra de Antonio Gamoneda (Oviedo, 1931) se ha mantenido desde su inicio en un ámbito distante y distinto al habitual; de ahí, la acostumbrada denominación de “inclasificable” que se le ha venido aplicando. Mas cabe alejarse del tópico y situar su trayectoria como personalísima, algo que el propio autor se ha cuidado de fomentar a través de un aislacionismo no sólo geográfico, sino también literario. La concesión en 1998 del Premio Nacional de Poesía y el Cervantes en 2007, hicieron su lírica más accesible.A través de antologías y reediciones, el lector ha podido adentrarse despaciosamenteen lasingular esencia del poeta ovetense (1931).
La aparición hace casi dos décadas de “Esta luz. Poesía reunida (1947-2004)”significó el definitivo reagrupamiento de toda su obra. En una entrevista publicada tiempo atrás en el diario “El País”, Antonio Gamonedaafirmaba: “En la poesía están nuestro sufrimiento y nuestro gozo, y ese vínculo vivoentre la poesía y la existencia hace que no sea ficción.La poesía,incluso técnicamente, es un arte de lamemoria. Nuestra memoria es siempre conciencia de pérdida”. Y, sin duda, que su decir es testimonio de ese extensísimo viaje por los íntimos recuerdos, en donde se fusionan la idea de la mortalidad y el anhelo indisoluble de la existencia.
Ahora, la reedición de “Libro del frío” (Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022), reaviva la devoción del escritor asturiano por una palabra sugestiva, ensoñadora. En su prólogo, incide Tomás Sánchez Santiago en como las distintas secciones del volumen “están atravesadas por el pulso sinuoso de un balanceo en la memoria doliente, que a pesar de todo aún pone a quien habla de parte de la vida, y la conciencia de asistir a fundados indicios de desprendimientos y abandonos…”.
Sabedor de que la lírica es veneno y también remedio, pasión y también serenidad, el yo lírico tiende puentes con un receptor capaz de entender cuanto cabe en los desvanes de su pretérito y de su mañana: “Hubo un tiempo en que mis únicas pasiones eran la pobreza y la lluvia. Ahora advierto la pureza de los límites y mi pasión no existiría si supiese su nombre”.
Dividido en seis apartados, “Geórgicas”, “El vigilante de la nieve”, “Aún”, Pavana impura”, “Sábado” y “Frío de límites”, el volumen se aparece despojado de cualquier artificio, sostenido por sólidos sustratos de íntima condición, de solitaria realidad, desde la que alza un cántico humano, receptivo, honrado: “Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el silencio de las últimas ramas. Esto era el destino: llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua”:
Deudor reconocido de Garcilaso, San Juan, Góngora, Rimbaud o Mallarmé, la obra de este leonés de adopción, sigue vigente, escalando y adentrándose en la definitiva celebración del misterio poético.
Max Aub sentenciaba en uno de sus aforismos: “El arte arde o no es”. Cuanto Antonio Gamoneda nos ofrece es el frío del fuego, la llama del helor, el presagio y el hallazgo “donde aún retumba el ruiseñor en el jardín invisible”.
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