De poesía navarra

Publicado: 14/01/2010
Con “La ceniza y otros bienes perecederos”, editado en 2009 por la navarra Fundación Milagro XXI suma José Luis Allo (Milagro, Navarra, 1951) su cuarto volumen de poemas. Ligado al ámbito de las letras desde hace muchos años, su devoción literaria le ha llevado a convertirse en un activo agitador cultural dentro y fuera de su tierra natal.

En esta ocasión, Allo se acerca con tono confesional a un territorio de honda reflexión cotidiana, y con un decir desnudo y directo, pulsa “el meollo secreto de los días, muy consciente de lo efímero de la vida y del canto”, como bien apunta en su prólogo Jesús Munárriz. Y en efecto, a sabiendas de que “el calendario sigue cumpliendo/ sin nostalgia”, la persuasiva soledad, el temor al acabamiento, la pertinaz memoria de tantas heridas abiertas…, van signando el acontecer de un libro donde también caben instantes de melancólicas deshoras y pretéritos desamores: “No me llames amor para quererme/ si sabes que te amo con tu miedo,/ no me llames amor para morirme/ si sabes que me muero con tu olvido”.

La breve intensidad de los textos, hilvanados en líricas secuencias -casi fotográficas-, derivan en una lectura ágil que aviva la conciencia lectora y que nos sume en una sima de sentimientos donde se conjugan muy bien las brasas y las cenizas.
Intenso poemario, en suma, que se nutre de la realidad más palpable y acuesta su verdad en el inasible mañana: “Ni espero en el futuro/ otro lugar/ más allá/ de mi efímera materia”.

Javier Asiáin (Pamplona, 1970), inició su andadura lírica en el año 2002 con “Efectos personales”. Desde entonces, su obra ha ido afianzándose hasta dotarla de una voz personalísima.
La reciente aparición de “Contraanálisis” (Celya. Salamanca, 2009), nos descubre nuevamente su cántico incisivo y torrencial, donde las imágenes se suceden a ritmo de vértigo y la relectura de su verbo se hace tan necesaria como turbadora. “Sus versos muerden, besan, arden y resplandecen como jóvenes visionarios”, anota en el prefacio Luis Alberto de Cuenca. Y no le falta razón, pues son estas virtudes, las que ayudan a que su mensaje sea capaz de alcanzar la trascendencia: “Yo persigo cada gesto/ las manos planetarias que me inventan/ renegando a la razón su hostil progenitura/ los preñados frutos de la luz/ los racimos del dolor clarividentes”.

Si en su anterior entrega, “Testamento de la espiga”, el poeta pamplonés apostaba por una temática cercada por el humanismo social y la naturaleza integradora, ahora su verso se anuda a un yo poético más profundo, desde el que poder trazar la íntima búsqueda de su verdad (“Yo soy el hombre que se abriga/ desde las vísceras del frío (…) Yo soy el niño que se afeita la pureza hasta su féretro”). Al hilo, pues, de esa intuitiva elocuencia con la que subjetivizar su propio universo, los poemas van derramándose “con un corazón en el centro de la herrumbre”; y latiendo, de manera sugeridora, hasta saciar la sed del miedo, de las sombras y del tiempo silente: “Mirad sin tregua y sin palabra/ Mirad para otro lado”.

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