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Rita Hayworth

El pasado día 17 se conmemoró el centenario del nacimiento de uno de los mitos eróticos más poderosos surgidos desde la tela de una pantalla...

Publicado: 25/10/2018 ·
23:58
· Actualizado: 25/10/2018 · 23:58
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Autor

Javier Extremera

Javier Extremera es crítico de música clásica. Asimismo es técnico de Cultura en la Diputación de Jaén

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Este espacio trata la mirada más certera y crítica a la realidad (cuando la hay) cultural de Jaén

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El pasado día 17 se conmemoró el centenario del nacimiento de uno de los mitos eróticos más poderosos surgidos desde la tela de una pantalla, la legendaria Rita Hayworth o como fue rebautizada en su tiempo: “la diosa del amor”. Su descomunal belleza y ese físico opulento, pero a la vez delicado y femíneo, que exhalaba insinuación y carnalidad a partes iguales, la convirtieron en uno de los grandes iconos del Hollywood clásico. Apabullante fachada que por desgracia terminó ocultando sus notables dotes interpretativas. De sangre sefardí, nació en Nueva York como Margarita Carmen Cansino, pues era hija del bailarín sevillano Eduardo Cansino, siniestra sombra que aparte de introducirla en el mundo de la ingravidez, marcará una etapa negra en su vida (abusaba de ella sexualmente). Su entrada al cine se produjo por la puerta pequeña, interpretando pequeños papeles en películas de bajo presupuesto, consiguiendo en 1941 despuntar con “La pelirroja” y “Sangre y Arena”. En la memorable “Sólo los ángeles tienen alas” fue capaz de eclipsar al mismísimo Cary Grant. Etapa laboral en que protagonizó estupendos musicales que sacaron a relucir sus virtuosas dotes como bailarina, al lado de efigies del género como Fred Astaire o Gene Kelly. El todopoderoso Harry Cohn, mandamás de la “Columbia”, se enamoró de ella, la tiñó de pelirrojo y la convirtió en popular objeto de deseo gracias a la mítica “Gilda” (la bofetada y el striptease más famoso de la historia del cine). En España la Iglesia convirtió su pecaminoso personaje en el mismísimo diablo, protagonizando coléricas protestas desde los pulpitos. La Hayworth estará ligada de por vida a este personaje, que le acompañará ya hasta su extinción. Como ella misma decía: “todos los hombres que conozco se acuestan con Gilda, pero se levantan conmigo”. En su filmografía reluce la negra y portentosa “La dama de Shanghái” con el que fuera su marido, el genial Orson Welles (se casó cinco veces). En sus últimos años fue devorada por una enfermedad entonces desconocida, el alzhéimer, aunque las malas lenguas vociferaban sin rubor que eran problemas con el alcohol. En 1972 se despedía del celuloide con la fallida “La ira de Dios” junto a su amigo Robert Mitchum, dejando este mundo con 68 años para trasladarse al mundo de la memoria colectiva, ese universo eterno e intangible donde podemos poseerla una y mil veces sin miedo a extinguirla. Solo tenemos que encender un televisor para volver a estremecernos con su divina y fascinante presencia.

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