Me queda la palabra

Violencia en el Fútbol

Hablando de fútbol rascar el apasionamiento que traen los colores aleja de la objetividad y, en un tema tan visceral como este, aproxima el conflicto.

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Pocas cosas concitan tanto interés como el fútbol. Más de la mitad de la población de este país pueden ser ignorantes supinos en la mayoría de los temas en los que hablar en cualquier conversación, pero respecto del fútbol el porcentaje de supuestos “licenciados” es abrumador. El fútbol, llamado por alguien con bastante acierto “el nuevo opio del pueblo”, a pesar de las pasiones que arrastra y la especial motivación para dar lecciones magistrales entre muchos de sus partidarios, es un bello espectáculo sobre un deporte bastante completo, muy divertido y que tampoco precisa de infraestructuras complicadas para su práctica ni de caros equipamientos. Sin entrar en mayores consideraciones este juego-deporte-espectáculo reúne las condiciones para conseguir el éxito que demuestra. Otra cosa, como ocurre con demasiada frecuencia, es el uso que se hace de él.
Estamos en época en que las competiciones se acercan a su final y la tensión sube enteros en cada partido. No se me ocurrirá caer en el error de abrir una polémica sobre arbitrajes, que cada cual piense lo que guste, pues ya se dijo que doctos en futbología abundan y que quien quiera puede sacar sus propias e interesadas conclusiones.
Está claro que hablando de fútbol rascar el apasionamiento que traen los colores aleja de la objetividad y, en un tema tan visceral como este, aproxima el conflicto. Este sentimiento intenso, tan enemigo del razonamiento, es posiblemente lo peor de este bello deporte. En este blog, sección o como lo quieran llamar, se ha sacado el tema en varias ocasiones y en la mayoría de ellas por sucesos lamentables. Recuerdo como más próxima la vergonzosa conducta de los hinchas del PSV hace poco más de un año en la Plaza Mayor de Madrid. Más triste y más grave, en diciembre de 2014, el asesinato de Jimmy de los Riazor Blues a manos de miembros del Frente Atlético en Madrid-Río. Cito estos dos casos por su gravedad y por la fatídica actualidad que los acompaña. Hace poco más de una semana los “supporters” del Leicester repetían la vergonzosa conducta de los seguidores del PSV en el desafortunado juego de humillar a las mendigas rumanas en el mismo escenario de la Plaza Mayor, en este caso con peor final ya que todo terminó en batalla campal e intervenciones policiales. Desgraciadamente el sábado 15, en el estadio Mario Kempes del Belgrano en Córdoba (Argentina), el joven Emmanuel Balbo murió al ser lanzado desde las tribunas por una horda de fanáticos, como comprobarán un caso casi idéntico al de Jimmy. La irracionalidad salvaje, que confunde la poca lucidez mental de tipos como estos, genera muerte y esto se hace cada vez más normal. La barrera ya se ha roto, el límite ya se superó. No hace falta rebuscar mucho para encontrar más muerte en situaciones similares en el fútbol.
Las continuas noticias de altercados, agresiones, broncas, peleas… se repiten semana tras semana en nuestro fútbol aficionado y joven; ahora aparecen en los medios. ¿Qué hemos hecho hasta ahora? NA-DA. Son tristemente conocidos los ambientes de los campos de fútbol. En Europa, tras la tragedia del Heysel de Bruxelas, pareció que los terribles “hooligans” británicos se recondujeron y tanto ellos como los “tiffosi” italianos dejaron de ser noticias durante un largo tiempo. ¿Qué ha ocurrido para que cada temporada los partidos en los que aparecen determinadas aficiones de cualquier país se conviertan en episodios de guerra callejera? El beneplácito de los dirigentes de los clubes y su permisividad con los grupos ultra ha facilitado que la violencia crezca como la mala hierba. No es tema nuevo y éramos conscientes de lo que podía venir. No basta con recordar cuántas voces lo avisaron y ahora… ¿Quién le pone el cascabel al gato?

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