Pensar de manera diferente no es una equivocación, es la libertad. Con este eslogan se anuncia el nuevo movimiento Resistencia 2020 nacido al calor de las protestas contra el confinamiento por el coronavirus en Alemania. Sus fundadores denuncian la anulación de derechos y leyes básicas y acusan al Gobierno federal alemán de usar su poder para imponer una restricción de derechos a los ciudadanos alemanes.
Cada semana exigen el fin del estado de emergencia y piden la organización de los ciudadanos contra el acoso y la restricción de derechos por parte de su gobierno. Las crisis, sean del signo que sean, suelen unir a extrañas parejas de baile.
En Resistencia 2020 hay manifestantes antivacunas, conspiranoicos de la vieja escuela, anticapitalistas, simpatizantes del partido neonazi Pegida y, por supuesto, negacionistas del coronavirus. Lo único que parece unirles es la creencia en una gran conspiración de las élites que gobiernan el mundo para recortar derechos y aumentar su poder y control de los estados y de sus instrumentos de control.
Cada vez que las personas experimentan una pérdida de control sobre su entorno se acrecienta la posibilidad de creer en teorías disparatadas que explican con sencillez y algunos falsos datoslo que “realmente” está ocurriendo. Ya sabemos, por diferentes estudios, que la información falsa se propaga más rápidamente en redes sociales y en internet que la información veraz. Un problema poco significado y estudiado en nuestro tiempo es el de la fiabilidad de las fuentes. Cualquier portal puede desinformar con la impunidad que da el sentirse protegido por el derecho a informar.
Cuando el daño y la desinformación ya causa estragos es difícil volver atrás. Un domingo de mayo en 1931, en plena República, un grupo de oficiales del ejército y de aristócratas leales al rey Alfonso XIII se reunían en una casa de la calle Alcalá de Madrid para fundar el Club Monárquico Independiente.
El director entonces del ABC, el marqués Luca de Tena, gritó al bajarse del taxi y escuchar la marcha real “¡Viva la Monarquía!”. El taxista le replicó gritando “¡Viva la República!”. Al protestar los monárquicos allí congregados contra el taxista se produjeron varios incidentes. Rápidamente se corrió el rumor de que habían matado al taxista. Una multitud enfurecida prendió fuego al edificio del ABC, se incendiaron varias iglesias en Madrid y los incidentes se propagaron por toda España. Así comenzó parte de lo que ya conocemos de sobra.
El espíritu del café Novelty, el de la Plaza Mayor de Salamanca, ha sido ejemplo de resistencia, también de convivencia. Hoy Salamanca es más actualidad por el emblemático barrio de Madrid al que da nombre que por ser la ciudad más simbólica de Unamuno.
Para muchos de sus residentes pensar diferente es libertad, y llevan toda la razón, pero resulta difícil de entender como aquellos que más tienen se llaman así mismos resistencia, como si el legítimo derecho a la protesta bastara para saltarse las normas que nos obligan a todos, tanto a los del barrio de los Pajaritos como a los del barrio de las pajaritas.
Convivir supone aceptar esto, la igualdad de todos ante la ley. Lo del derecho de sangre, afortunadamente, solo se lee ya en los libros de historia. La mejor resistencia que debemos ofrecer es la del apoyo y la ayuda de todos como un único país, como un único pueblo que lucha unido por acabar con la pandemia al margen de colores y vestimentas, como verdaderos patriotas. Esa debería ser la mejor resistencia: permanecer unidos, que no juntos. Lo dicho.
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