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Adiós bahía...

Hablamos de la extraordinaria experiencia que significa alcanzar una singularidad en la tierra

Publicado: 09/07/2018 ·
19:12
· Actualizado: 09/07/2018 · 19:13
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  • Málaga vista desde el Mar. -
Autor

Ángel Pérez Mora

Escuela de Arquitectura de Málaga. Autor del proyecto de Rehabilitación del Palacio de la Aduana y Plan Especial de Baños del Carmen

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Andando por la vida nos vienen momentos en los que, consciente o inconscientemente, alcanzamos una singularidad física, espacial o geográfica. Entonces, ese instante de tiempo, trasciende, para cada uno de nosotros, en un acontecimiento personal y nos cambia. Nos sucedió a todos cuando por primera vez desembocamos en el andén de una estación de tren. Le sucede al amante de la montaña, al alcanzar su primera cima y al español mesetario cuando aterriza en su primera playa.

Hablamos de la extraordinaria experiencia que significa alcanzar una singularidad en la tierra. Ya sea  reconocida mundialmente como enfrentarse al Cañón del Colorado o menos famosa como parapetarse a todo lo largo de la Garganta del Chorro redescubierta por el Caminito del Rey.

Se hace singular nuestro espacio-tiempo cada vez que llegamos a un puerto viniendo desde la inmensidad del mar. Siempre es especial, después de una travesía, contemplar por primera vez una tierra desconocida. Redescubrí Barcelona tras entrar por primera vez a ella desde el mar a través de su súper-puerto. Y guardo como mejor recuerdo de Grecia, el regreso a Atenas, de isla en isla por el Egeo, encadenando  una docena de atraques y desatraques de puerto en puerto. 

Encuentro desacertado el debate entre la torre del puerto y su repercusión sobre el paisaje de la ciudad. Sobre toda obra correcta de arquitectura caben más de diez estampas que enriquecerán el paisaje urbano y el tarjetero de la que quiere ser ciudad turista. Pero esto es llevarse el toro fuera del ruedo, pues hasta las jirafas mecánicas levanta-contenedores contribuyen con su imagen esquelética a enriquecer el paisaje cambiante de nuestro puerto: hombre y dique, máquina y mar.

Se pretende juzgar el impacto paisajístico de la Torre del dique, por medio del examen de montajes de su imagen sobre vistas de poniente a levante y de levante a poniente. Pero el paisaje de Málaga va mucho más allá. El paisaje de Málaga es tierra y mar y empapa en profundidad la extensión de su bahía. La cuestión es imaginar que sucederá con el paisaje cuando navegando del mar hacia tierra topemos con la torre como Baliza, pues el paisaje no es una FOTO FIJA. 

Pocos reparan en contarlo, pero muchos han sentido la potencia de nuestro puerto-bahía. Los malagueños del corazón partido, en su ir y venir Málaga-Melilla, saben lo que es. Y cuentan que muchas veces aún después de haber tenido una mala noche en la travesía, han preferido dormir menos y salir a cubierta con tiempo para contemplar la llegada a puerto;  para sentir como la tierra poco a poco levanta sus brazos por Alhaurín y San Antón y envuelve a pasajeros y barco, abrazando al que llega en la cubierta del Melillero.

La faena sobre el paisaje de Málaga vendrá a las retinas de todo aquél que quiera sentir la comunión entre mar y tierra que sucede al arribar a todo puerto. En medio de su acercamiento, un estilete de 40 plantas romperá ese tránsito lento de paletadas de color desdibujadas que, poco a poco, se transforman en edificios, enturbiará ese alumbramiento entre fogonazos de luces en la oscuridad que, poco a poco, se transforman en monumentos. Una baliza maciza romperá esa reunión lenta entre mar y tierra que el que entra a puerto experimenta en su cubierta.Hará imposible el abrazo geográfico de la tierra al barco que llega pequeño. ¡Adiós bahía!

La ciudad puerto de Málaga es una singularidad excepcional, tiene una escenografía espectacular en su bahía. Un paisaje sin igual, que pervive desde sus fundadores fenicios. Una interacción geográfica entre tierra y mar que el hombre realzó con su puerto, artificializando una ensenada natural con diques, sobre los que ciudad y montañas se recomponen a ambos lados de un trozo de mar redundando, en doble gesto, el abrigo de la tierra al que llega, a motor lento, pequeño, insignificante frente a lo inmenso.

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