Minuto 59 y 15 segundos del Almería-Cádiz. Los amarillos han encajado tres goles en nueve minutos y David Gil acaba de salvar el cuarto.
Javi Hernández da un mal pase a Zaldua y el balón se pierde entre los banquillos. Y ahí, la imagen de la vergüenza. Juanmi se prepara para salir y propina una colleja a Iza Carcelén, que se parte de risa, como Iván Alejo. Como si fuesen tres niños de preescolar en el recreo y no tres tíos como trinquetes con el escudo del Cádiz CF en el pecho.
Llegaron tres goles más en contra, pero la imagen más lamentable del partido había estado fuera del terreno de juego. La imagen de cómo
el Cádiz sólo le duele a los aficionados, a los que pagan religiosamente sus abonos, a los que acompañan al equipo en interminables desplazamientos y a los que incluso se plantaron en la otra punta de Andalucía para ver un partido entre dos equipos que ya son de Segunda División.
Ya me había cabreado, y mucho, que nada más pitarse el final de la derrota 3-0 en el Bernabéu las cámaras captasen en el campo a
jugadores amarillos pidiendo camisetas a los del Madrid. Otra vez como si fuesen niños de excursión, sin el menor decoro y vergüenza para esperar y no hacer el ridículo en público mientras la afición tiraba de calculadora y radio para estudiar las opciones de permanencia.
Pero si en el partido de Almería no apagué la televisión fue únicamente porque tenía que terminar de redactar la
crónica de la debacle. La vergonzosa caída de un equipo que no salió a jugar la segunda parte tras irse ganando al descanso y celebrar absurdamente un gol que no valía para nada. Que, ojo, a Brian Ocampo le disculpo su celebración porque tras superar una larga lesión se quitó un peso de encima, pero ¿qué demonios celebraban los demás?
Para ser futbolista lo primero que hay que tener es cabeza, cosa que termina perdiendo a muchos proyectos fallidos de jugadores y, por desgracia, a los equipos en los que juegan.
Muy pocos jugadores del Cádiz merecen marcharse para seguir jugando en Primera. Muchos más merecen irse, pero para comprobar que si no hubiera sido con este escudo ni habrían olido la máxima categoría, una categoría que les ha venido tan enorme que la han perdido, aunque a algunos no se les borre la risa ni en pleno “entierro” de esta etapa en Primera.