Cuenta Eduardo Benot en sus Recuerdos imborrables que en el verano de 1910 llegó hasta Arcos de la Frontera un inglés interesado en conocer el tesoro artístico que se conserva en la sacristía alta de Santa María. Según lo describe, era un hombre “alto, delgado, rubio, de ojos grises claros, manos finas y modales delicados”. Pese a no dominar nuestra lengua, convenció al sacristán para acceder a la citada sala, donde asistió asombrado a la amplia colección de “variadas y ricas vestiduras sacerdotales”, entre ellas una capa pluvial de seda color salmón con ricos bordados en oro viejo, y otra de terciopelo negro tachonada de estrellas bordadas en plata. Incapaz de reprimirse, terminó por pedir al sacristán que se las dejase echar sobre los hombros. “Primero con una y después con la otra se dio unas cuantas vueltas a paso procesional”, y terminó “recreándose con su imagen sobre una cornucopia que había en la pared”.
Al año siguiente, el inglés volvió a Arcos, visitó de nuevo Santa María, y repitió la misma operación. Y así durante varios años consecutivos, hasta el punto de que estableció tal confianza con el sacristán que éste terminó por entregarle la llave para que se probase las capas y diera sus paseos por la estancia con total privacidad. Sin embargo, llegó un verano en el que no hubo noticias de la llegada del inglés, salvo por una carta en la que excusaba su ausencia debido a una enfermedad. En la carta, dirigida a su estimado cómplice, le rogaba que pidiese a Dios por él para que le devolviese la salud perdida y reanudar sus visitas al año siguiente. Además, desvelaba su identidad. Se llamaba Harry Holbrook y era pastor anglicano en la Iglesia de Saint Peter en Colchester. Sin embargo, Mr. Holbrook “no apareció, ni nunca más volvió, pero, desde entonces, algo raro empezó a ocurrir en la sacristía alta de Santa María”, coincidiendo con los días de verano y las horas en las que el extraño visitante solía acudir a la ciudad. “Algo flotaba en el ambiente” que hacía mecer a las capas de terciopelo de forma misteriosa y que la propia leyenda urbana terminó convirtiendo en “visitas fantasmagóricas”.
Podemos dudar de las visiones: ¿no era acaso el viento de levante, como cada año por esas fechas, el que se adentraba por las rendijas de la sacristía para acariciar las prendas y, al brillo del sol, intensificar la sensación de viveza en las capas?. Pero no podemos dudar de que aquel tipo cruzaba cada año el charco para satisfacer, primero, la curiosidad por constatar la grandeza de aquel tesoro religioso y artístico, y, posteriormente -descartemos incluso el carácter fetichista-, cierta esperanza inalcanzable bajo su condición de pastor al frente de una pequeña parroquia de ladrillos rojos al nordeste de Londres.
Han pasado ya cien años desde aquellos acontecimientos y, con fantasma o sin él, Mr. Holbrook no es el único que ha pretendido en alguna ocasión palpar la sensación de algo inalcanzable, sentirse en el papel de otro, incluso en la piel de otro, sin incurrir en el sentido inmoral del Tom Ripley creado por Patricia Highsmith, aunque sí pueda hacerlo en el de la ofensa. Hay quienes apuntan en esta dirección para retratar al presidente Pedro Sánchez, por su empeño en despreciar las funciones y responsabilidades del jefe del Estado Mayor, al tiempo que elude hacer públicos sus apoyos en favor de Felipe VI. Ni siquiera les cuesta trabajo verlo como un intruso que a lo máximo que puede aspirar es a aprovechar las ausencias del monarca para colarse en la Zarzuela, probarse su chaqué de gala y colgarse el toisón de oro frente al espejo.
No lo creo tan insensato, por mucho que le regalen los oídos con su condición de predestinado. Peor que imaginarlo de rey es verlo de presidente no ejerciente, o de presidente en fuga, pendiente de una excusa o de un decreto para no tener que dar explicaciones. Sánchez sabrá a lo que aspira en secreto, tal vez sin necesidad de mirar su reflejo sobre una cornucopia, pero no está bajo salario ni encomienda para ejercer de fantasma u holograma, ni para escudarse en una oposición que también debería fijarse en la de Macron o Merkel.
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