Las cabañuelas del covid

Publicado: 08/08/2020
Autor

Abraham Ceballos

Abraham Ceballos es director de Viva Jerez y coordinador de 7 Televisión Jerez. Periodista y crítico de cine

Lo que queda del día

Un repaso a 'los restos del día', todo aquello que nos pasa, nos seduce o nos afecta, de la política al fútbol, del cine a la música

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Las cabañuelas no darán un pronóstico de la evolución del virus, pero agosto vuelve a retratarnos por cómo nos enfrentamos a él
Llamadme ignorante, pero esta semana he descubierto la música 8D. Según he leído, es un fenómeno que se ha popularizado durante los meses de confinamiento, por sus supuestas virtudes relajantes, y cuenta ya con numerosas playlists en las que se recopilan algunas de las mejores versiones para disfrutar de la experiencia inmersiva, para la que es imprescindible el uso de auriculares, ya que el artificio consiste en apreciar cómo el audio de cada canción va fluyendo de uno a otro oído, aunque la sensación es la de un continuo movimiento circular, como si estuvieras en una veloz atracción de feria y te llegara el sonido de los altavoces colocados en cada extremo, salvo que no suena Camela, sino Artic Monkeys, Imagine Dragons o The Weeknd. Es efectiva para incitar a la siesta, aunque en función de la canción el tono de fabricación en serie termina por hacerse enfermizo. Prefiero el tocadiscos. 

Uno de los temas que no encontrarás en los recopilatorios de música 8D es Ojalá que llueva café en el campo. Lo publicó Juan Luis Guerra hace ya treinta años y fue un éxito mundial “instantáneo”. En una entrevista le preguntaron por cómo se le había ocurrido el título de la canción y reconoció que fue una expresión que escuchó a un agricultor dominicano que permaneció para siempre en el anonimato. Dijo Juan Luis Guerra en su favor que “hay poetas que nacen y mueren sin saber que lo han sido”.

No con tono poético, pero sí con la profundidad de la sabiduría popular, la que se pronuncia como curtida bajo muchas horas de sol y chicharra, un señor pretendía consolar esta semana a la encargada de un puesto ambulante del centro de la ciudad con su propio magisterio: “Mientras el cuerpo aguante, voluntad es lo único que hace falta”. Se lo repite en una segunda ocasión, en voz alta, como para reforzarse a sí mismo, como si él mismo necesitara tenerlo presente. También los que coincidimos a su lado. En otro contexto tal vez no le daríamos tanta importancia, pero en éste sí, por lo que nos aguarda una vez que pase el verano.

Fueron apenas once palabras, y sonaron como si de una patada hubiese desmontado todos los libros de autoayuda post covid que relucen ahora en las estanterías de las librerías, por su condición de consuelo y estímulo inmediato. Pero encerraban asimismo cierta abnegación que, en el plano económico actual, está llegando a unos límites insostenibles: no es posible mayor renuncia cuando la tendencia actual pasa por sobrevivir, por cubrir gastos y, en muchos casos, asumiendo un ejercicio con pérdidas porque es preferible al cierre y al cese de la actividad. Las imágenes de las terrazas de los bares llenas nos trasladan cierto consuelo, incluso cierta confianza en que las cosas terminarán por ir mejor de lo esperado, pero también tienen algo de espejismo, de falsa realidad y de falsa seguridad, como cuando veíamos al ejército desinfectar las calles de la ciudad, porque pese a los llenos, ni hay el mismo flujo de personas ni tampoco de dinero en las cajas registradoras.

Estamos en agosto y todavía quedan agricultores, hombres del campo, que, en su forma particular de hacer poesía, tienen presente el calendario de las cabañuelas para cruzarlo con las nubes, los vientos, el vuelo de las aves, el leve rocío de la mañana, la intensidad del sol o el brillo de las estrellas, siempre pensando en la sementera o en su pegujal. 

No parece probable que las cabañuelas puedan darnos un pronóstico de lo que puede ocurrir con la evolución del coronavirus durante los próximos doce meses, pero lo vivido durante las últimas dos semanas sí se parece mucho a la situación que tendríamos que haber experimentado en el mes de marzo, cuando se estableció el estado de alarma en todo el país, si no hubiesen faltado las mascarillas, ni los geles, ni los test PCR, ni los trajes de protección para los sanitarios, ni las medidas de control en los aeropuertos, ni los rastreadores... Es decir, hay brotes, hay contagios, hay zonas confinadas, pero la actividad diaria sigue su curso en la mayoría del país y no hay saturación en la sanidad. Ya no se trata de buscar excusas “a posteriori”, sino de comprobar “a posteriori” cómo debió ser, convertido agosto en el eco de una realidad alternativa en la que tampoco nadie asumirá responsabilidades escudados en la experiencia.

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