No es país para pobres

Publicado: 15/02/2014
España se ha convertido en un país para espabilados, que es definir con excesiva nobleza a los que en el fondo actúan de trincones, mangantes y vilipendiadores de la cosa pública, como podemos comprobar a diario en los medios
La anécdota ya la había contado con antelación, pero aprovechó el atril de los Goya en busca de mayor eco. Yo, como dicen que fue la gala menos vista de la historia, la traigo a colación para compartirla con ustedes porque me parece fantástica: durante uno de los descansos del rodaje en Almería de la película Vivir es fácil con los ojos cerrados, su director, David Trueba, daba un paseo por los alredores y se detuvo con su coche a repostar gasolina en una pequeña estación de servicio. Mientras el encargado de la gasolinera manejaba el surtidor, desde el interior del coche llegaba el sonido de un informativo radiofónico en el que daban cuenta de nuevos detalles de alguno de los ya comunes casos de corrupción que proliferan en nuestro país. El empleado de la gasolinera intervino en ese momento con cierto aire reflexivo y le hizo ver a Trueba la importancia de vivir en España, entre otras cosas porque era el país más rico del mundo. Trueba, un poco contrariado, quiso ponerse academicista y rebatirle el argumento con datos que apuntaban más bien a lo contrario, pero el hombre le interrumpió y le dijo: “¿No se ha dado cuenta de que llevan robando 400 años y todavía no se ha acabado el dinero?”.

Decía Juan Luis Guerra, en referencia al anciano campesino al que conoció casualmente y del que tomó prestada la frase “ojalá que llueva café en el campo”, que “hay poetas que nacen y mueren sin saber que lo eran”. En el caso del empleado de la gasolinera de Almería, desconozco si es consciente de la trascendencia adquirida esta semana por sus palabras, si aquél fue un momento de lucidez o si a cada viajero que hace parada en su estación le brinda alguna perla de sabiduría popular, alguna genialidad antropológica, sin ser consciente de que lo hace, de que esa reflexión era fruto de sus conocimientos y una buena dosis de sentido común, junto con mucho sentido del humor, pero ahora que hay tanto tertuliano disputándose huecos de parrilla y debate -por el amor de dios, que alguien me diga cómo puede dirigir Francisco Marhuenda un periódico si está todo el santo día recorriendo platós de televisión-, sentando cátedra o haciendo el papel, a veces con un servilismo patriótico desproporcionado, otras con una enervación sobreactuada, se echa en falta esa brillantez y ese tacto descontaminado a la hora de aproximarse a la auténtica verdad de las cosas, por el mero hecho de que puede que también haya auténticos analistas de nuestra realidad que nacen y mueren sin saber que lo han sido.

A la luz de tan atinada como inédita reflexión -400 años robando y todavía no se ha acabado el dinero- tal vez convenga llegar a la conclusión de que éste, por el mero hecho de ser un país rico, no es un país para pobres, sino para espabilados, que es definir con excesiva nobleza a los que en el fondo actúan de trincones, mangantes y vilipendiadores de la cosa pública, como ha quedado demostrado que ocurría en la nueva época dorada de la Marbella del ladrillo y, con el paso del tiempo, con la aparición de mediadores de ERE y tesoreros de partidos políticos, junto a toda su cohorte, desbordados por su devocional e inconmensurable amor por el dinero; el que no era suyo, por supuesto.

Aquella Marbella, en cualquier caso, quedará como retrato temporal -casi una perífrasis- de un país acostumbrado a robarse a sí mismo y a sus semejantes: no fue sólo la escuela del nuevo bon vivant y el máster de acceso directo a la jet set, con matrícula y comisiones de por medio, sino que marcó tendencia en conducta, como la de guardar el dinero negro en bolsas de basura -será porque son billetes que huelen a podrido-.

Cuentan que parte del dinero que se recaudaba de la venta de entradas de la pelousse en el Circuito de Jerez, cuando estaba bajo gestión privada, iba a parar, cómo no, a bolsas de basura; incluso circula una anécdota con visita al vertedero incluida que, de momento, habrá que alojar en el ámbito de la ficción a la espera de que la confirme o no la investigación, pero que alienta la leyenda de un país en el que, además de espabilados, siempre hay alguien mirando para otro lado. Afortunadamente, como cuenta Antonio Muñoz Molina, también los hay, la mayoría, que se levanta cada día a las ocho de la mañana para ir a su puesto de trabajo, porque ellos son los que verdaderamente mantienen en pie a España.

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