Ayer tuvo lugar la fiesta de reencuentro de mi promoción en el instituto. No pude estar, pero me dio un ataque de nostalgia y acabé repasando mi colección de vinilos de entonces, de
Radio Futura a los
Smiths y
Depeche Mode, de
Sting a
Tracy Chapman,
Suzanne Vega y
James Taylor, incluso alguna compra imperdonable. Lo curioso es que
cada disco tiene su propia historia: dónde y por qué lo compraste, quién te lo regaló, cuándo fue la primera vez que lo escuchaste, qué te dicen algunas de las canciones después de todos estos años. Como siempre, respondiendo a las cinco uves dobles.
Porque
Spotify está muy bien, pero ha arrebatado a las nuevas generaciones, y también a la mía, la sensación de disfrutar y adentrarte en la particular obra de grupos y solistas más allá del placer de escuchar, disfrutar, corear y bailar sus canciones. Tener un LP en tus manos pasaba por recorrer la portada y la contra, disfrutar con sus detalles, leer las letras de las canciones, comprobar quiénes las componían, quién cantaba en cada momento, o qué guitarra o qué voz invitada participaba en una u otra canción, quién producía el disco, dónde y cuándo se grabó. Todo eso que ahora se ha perdido con el acceso libre a toda la producción musical mundial, formaba parte de la liturgia discográfica de entonces: con lo que había que ahorrar para comprar un disco -salvo si recurrías a las ofertas del
Discoplay-, ya podías disfrutarlo a fondo.
Como además tenía la costumbre de apuntar en la funda interior la fecha en la que compraba cada disco, haberlos desempolvado ahora ha supuesto un chute de adrenalina extra a la hora de poner a prueba tantos recuerdos. En el
Blind’s man zoo de los 10.000 maniacs, por ejemplo, que fue un regalo de mi tío Salvador por mi cumpleaños, cuenta
Nathalie Merchant que entraron en el estudio de grabación en noviembre de 1988. De ese verano fue también el From Langley Park to Memphis de los hermanos Paddy y Martin McAloon, líderes del grupo británico
Prefab Sprout. Ese lo recuerdo muy bien porque lo compré el día que aprobé segundo de BUP, a la misma hora en que estaban atracando el banco en el que trabajaba mi padre, con lo que apenas pude poner el tocadiscos porque no paraba de llegar gente a casa a interesarse y cotillear por lo que había pasado.
Si me preguntan “¿dónde estabas tú en el 88?”, basta con regresar a esa colección de discos para hallar las respuestas en caso de que falle la memoria. Lo que no sabía en ese momento es que a no muchos kilómetros de donde yo me encontraba escuchando música había un joven editor de prensa que había decidido poner en marcha su propio periódico local y que ese mismo emprendedor acabaría por tener una decisiva influencia en mi vida profesional poco tiempo después. Ese periódico se llamaba
La cuestión. Empezó a editarse
en San Fernando en 1988 y a imprimirse en las recién inauguradas rotativas de
Publicaciones del Sur en Jerez, donde, en paralelo, se forjó el vínculo que le llevó a la cúspide del grupo y a consolidar un conglomerado mediático que hoy día abarca toda Andalucía de la mano de sus periódicos, en edición impresa y digital, y su red de televisiones. Ese editor se llama José Antonio Mallou y el próximo 10 de noviembre recogerá en el Real Teatro de Las Cortes
el VI Premio Libertad de Prensa y Valores Periodísticos, que concede el Ayuntamiento de San Fernando, coincidiendo con los 35 años de historia periodística de esta casa.
De esos 35 años puedo contarles 29 en primera persona. Los ha habido duros, jodidamente duros, pero nos gusta el rockandroll, y puesto que el boss siempre ha sabido ir un paso por delante a la hora de anticiparse a los retos que aguardaban al negocio de la comunicación, todo ha sido una constante evolución, una escuela diaria de periodismo y de supervivencia -hacer periodismo lo es-, y cuando recoja ese premio lo tendrá bien merecido, sobre todo por la de veces que nos dieron por muertos... por cojones. Los nuestros, 33. O 35