En 2018, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitía un documento público sobre la definición de los términos sexo y género, con la finalidad de evitar confusiones o la utilización inapropiada de los mismos.
- Sexo hace referencia a la clasificación biológica de la mujer y del hombre de acuerdo con su complemento cromosómico y sus órganos reproductivos.
Cuando el óvulo se fusiona con un espermatozoide da como resultado un embrión portador de cromosomas XX (mujer) o XY (hombre). Estas diferencias sexuales derivadas directamente de la heterogeneidad genética entre los complementos de los cromosomas X e Y, así como de los caracteres genéticos de la herencia de los padres, persistena lo largo de la vida a nivel molecular en los billones de células que componen el organismo humano.
- Genero hace referencia a los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades, oportunidades y atributos que una sociedad dada considera apropiados para los hombres y las mujeres.
El género es producto de las relaciones entre las personas y puede reflejar la distribución de poder entre ellas. No es un concepto estático, sino que cambia con el tiempo y el lugar. El género interactúa con el sexo biológico, aunque es un concepto distinto. El género no es un término binario, ya que los rasgos de masculinidad o feminidad coexisten y se expresan en diferentes grados. Los términos masculino y femenino son categorías de género.
Según Salud Global 50/50, es importante definir también el concepto:
- Transgénero, término que se utiliza para describir a las personas cuyo género no es el mismo que el sexo que tenían al nacer o que no se siente cómodo con él.
Este artículo de divulgación científica tiene por objeto examinar los motivos principales por los que surgen disparidades en los criterios médicos y algunas actitudes de la población debidas a poderosas influencias genéticas, epigenéticas, anatómicas, fisiológicas y hormonales propias del sexo y de las construcciones sociales propias del género. Estas discrepancias se hacen más evidentes al analizar los datos epidemiológicos, la sintomatología y evolución de determinadas enfermedades, así como las diferentes respuestas al tratamiento médico, especialmente en lo que respecta a las enfermedades del corazón. El sexo constituye un modificador importante de la fisiología humana normal y ante la enfermedad, a través de regulaciones genéticas, epigenéticas y hormonales. En general, los constructos de género pueden modificar el acceso apropiado a la atención de la salud y el uso personal del sistema de atención de la salud; ser percibido como hombre o mujer desencadena diferentes respuestas en la atención médica, de lo que pueden derivarse ciertas alteraciones en las medidas preventivas, el diagnóstico y/o el tratamiento.
Durante décadas, la mayoría de estudios y ensayos clínicos sobre los factores de riesgo, el diagnóstico, el tratamiento y la prevención de enfermedades cardiovasculares se han realizado en poblaciones fundamentalmente de hombres, empleando un reducido número de mujeres, en particular durante su edad fértil. Se pensaba que los seres humanos seguían un patrón fisiológico común, con unos mecanismos celulares semejantes en los órganos y tejidos corporales de los hombres y las mujeres. Por ello, la Medicina basada en la evidencia ha sido utilizada, durante años, sin tener en cuenta que el sexo cromosómico juega un papel primordial en la respuesta del organismo durante la fase de desarrollo, su defensa ante una multitud de agentes externos, los diversos hábitos de vida o el proceso de envejecimiento.
Sexo y corazón
En general, el corazón de la mujer posee un tamaño 15 por ciento menor que el del hombre (peso medio: hombre 320 gramos, mujer 280 gramos), con unas cavidades menos voluminosas, tabiques musculares más delgados, una masa muscular menor -miocardio- (12 por ciento), las cuatro válvulas cardiacasmás delicadas y finas y las arterias coronarias de menor calibre (25 por ciento).
La sofisticada tecnología actual ha permitido observar que, al nacer, ambos sexos poseen similar número de células musculares del corazón -cardiomiocitos- que van aumentando de tamaño y número durante el desarrollo corporal en el hombre, permaneciendo estables en la mujer. La mayoría de los cardiomiocitos poseen un núcleo (85 por ciento), pero algunos son binucleares (15 por ciento); se ha observado que el corazón del hombre incrementa el porcentaje de los cardiomiocitos binucleares, mientras permanecen estables en la mujer a lo largo de su vida. Sorprendentemente, al analizar el proceso de mortalidad celular natural del corazón -apoptosis de cardiomiocitos- se comprueba que mientras el hombre pierde alrededor de 64 millones de cardiomiocitos/año, la mujer tan solo una décima parte (6 millones de cardiomiocitos/año).
Estos datos anatómicos podrían dar la impresión de que el corazón de la mujer es más débil y frágil que el del hombre que se muestra más fuerte. El periodo de gestación ha demostrado lo contrario, la mujer posee un corazón poderoso, capaz de llevar adelante las importantes demandas energéticas durante el rápido y progresivo desarrollo de un nuevo ser en su interior, a veces más de uno. Para ello, su maravilloso miocardio es capaz de ir adaptándose a estos drásticos cambios mediante modificaciones de la frecuencia cardiaca -número de latidos/minuto-, la presión arterial, el gasto cardiaco -litros de sangre bombeados por minuto- que incrementa de 4,5 litros/minuto normal hasta 7 litros/minuto en el 9º mes del embarazo. Durante las últimas semanas de gestación, el útero consume 1,5 litros/minuto, aumentando 30 por ciento adicional durante el parto. Tras el nacimiento, el corazón de la madre cambia bruscamente y va normalizando el gasto cardiaco y otras constantes vitales; en tan solo un par de semanas consigue la total normalidad fisiológica cardiaca. Para poder llevar a cabo estos cambios funcionales tan espectaculares precisa de un corazón muy especial y bien dotado.
Se han descubierto alrededor de 6.500 genes que se expresan de manera diferente según el sexo; como ejemplo, la proteína cromosómica Hand2, localizada en el cromosoma 4, juega un papel fundamental en la formación del corazón humano -morfogénesis cardiaca-, definiendo su morfológica anatómica y funcional según el sexo, especializando el miocardio de la mujer para estas posibles necesidades durante el embarazo.
Sin lugar a duda, el corazón de la mujer es diferente al del hombre; aunque aparente cierta fragilidad por su menor tamaño y delicada estructura anatómica, esconde una capacidad prodigiosa de adaptación ante unas demandas extraordinarias, mostrando entonces su sorprendente fortaleza biológica. Quizás de este corazón tan especial dependa la mayor sobrevida media de la mujer, unos 5 años más que el hombre (la sobrevida media poblacional en España en 2023 fue de 83 años, hombre: 80,3 años y mujer: 85,7 años), tendencia que viene observándose desde hace un siglo (fuente: INE).
Sexo y enfermedad cardiaca
La enfermedad de las arterias coronarias -cardiopatía isquémica- y la insuficiencia cardíaca constituyen las principales entidades que contribuyen a la mortalidad cardiaca, con diferencias significativas al considerar sexo y género. Los factores de riesgo principales del infarto de miocardio son hipertensión arterial, tabaquismo, obesidad, sedentarismo y diabetes tipo 2. En la mujer existen otros factores de riesgo específicos como la endometriosis que consiste en el crecimiento del tejido de revestimiento interno del útero fuera del mismo, como en los ovarios, vejiga o intestino. Asimismo, la poliquistosis ovárica puede incrementar el riesgo de enfermedad coronaria en la mujer.
Existen diferencias anatómicas de la cardiopatía isquémica según el sexo; mientras los hombres presentan obstrucción de los troncos coronarios principales, las mujeres muestran lesiones de estenosis en las ramas coronarias distales -disfunción microvascular-. La isquemia miocárdica sin enfermedad coronaria obstructiva por disección arterial coronaria tiene una prevalencia superior en mujeres, siendo rara en los hombres.
En diversas publicaciones especializadas hemos resaltado nuestra experiencia clínica en lo que respecta a la diferente sintomatología del infarto de miocardio en la mujer, ya que no suele seguir el patrón clásico de dolor en medio del pecho -angina precordial- con irradiación al cuello, mandíbula y brazo izquierdo; por el contrario, las mujeres suelen presentar una angina atípica con dolor en la espalda, entre las escápulas, refiriendo un “nudo” en la garganta o el estómago, dificultad respiratoria, náuseas y vómitos. En general, para ellas el principal factor inductor suele ser emocional más que físico, al contrario de lo que ocurre con los hombres. La mujer y sus familiares más cercanos suelen achacar sus síntomas coronarios a otras molestias, por lo que no acude o retrasa la consulta médica hasta su empeoramiento clínico, a veces demasiado tarde.
https://doi.org/10.1016/j.ijcard 2016.02.058
El sexo constituye el primordial modificador genético de la enfermedad cardiovascular; en la mujer la enfermedad coronaria aparece unos 10 años más tarde que en el hombre, con una angina de pecho atípica y diferente respuesta al tratamiento médico y/o quirúrgico. Las influencias del género en el comportamiento de la comunidad, los médicos y los propios pacientes deben considerarse como un modificador social de las enfermedades del corazón.
https://doi.org/10.1016/S0140-6736(20)31561-0
Prevenir y tratar las enfermedades del corazón requiere de un enfoque desapasionado y bien informado de los conceptos sexo y género por parte de los pacientes, familiares cercanos, personal sanitario y la sociedad implicada, ya que en la toma de decisiones debe primar siempre la vida y la salud del enfermo, antes que cualquier interés social.
“Si el sexo biológico no es real, la realidad que viven globalmente las mujeres queda borrada… Borrar el concepto de sexo biológico elimina la capacidad de muchas personas de analizar el significado de sus vidas”
Joanne Kathleen Rowling (Yate, 1965). Escritora británica, autora de los libros de Harry Potter
José Manuel Revuelta Soba
Catedrático de Cirugía. Profesor Emérito de la Universidad de Cantabria
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