En la Calle Fernán Caballero 14, donde dos hermosas lápidas nos recuerdan que vivieron la magnífica escritora realista Fernán Caballero y el conocido como “pintor de Sevilla” García Ramos, han talado el magnolio que ella sembró hace más de 140 años y el limonero que él sembró hace más de 100.
Hace algún tiempo publicamos el artículo que a continuación transcribimos:
Una lápida en el Cementerio de San Fernando: García Ramos
El día 2 de abril de 1912 moría el pintor José García y Ramos, intérprete fidelísimo de nuestras costumbres populares según reza en la lápida que le dedicó la Real Academia de Bellas Artes y que está situada encima de la ventana de su casa que se asoma a la calle Fernán Caballero.
Tras esa ventana y por encima de la tapia, está el magnolio que otra artista, la escritora Fernán Caballero, plantó en el pequeño jardín que sirvió de marco a las reuniones de la escritora anciana con sus pobres, de los que recogió coplas y cuentos populares que trasladó a sus escritos. José García Ramos quiso habitar la casa donde la escritora murió poniendo una bellísima lápida en su recuerdo y convirtiendo en luz y color lo que ella había escrito.
El alma popular que Fernán Caballero había desentrañado cobró forma en la pintura de García Ramos.
A su muerte los artistas sevillanos, encabezados por los hermanos Álvarez Quintero, levantaron una preciosa glorieta en los Jardines de Murillo, los últimos años arreglada y nuevamente atacada por los “bárbaros”.
Hoy los restos de José García Ramos yacen en el cementerio de San Fernando cerca de los de su hijo José García Aguilar. Su epitafio es un memorial de su amor por nuestra ciudad “quien en peregrinos lienzos perpetuó con diestros pinceles la luz y la gracia de su tierra natal. La Sevilla de sus amores”.
La cancela que cierra su tumba aparece oxidada y falta de mucho de los elementos. ¿Así paga Sevilla a los que la amaron? ¿Así cumplen las Instituciones sevillanas con el recuerdo de uno de los suyos?
Los que esto escriben nos comprometemos a acabar con esta vergüenza.
Hoy hemos visto, nuevamente, cómo paga Sevilla a los suyos, a los que la dignifican y dan personalidad a la ciudad. Ningún periódico lo ha escrito, ninguna periodista rescatadora de glorias eternas se ha dado cuenta, pero han talado los árboles que plantaron hace más de 140 años Fernán Caballero, el magnolio, y más de cien, García Ramos, el limonero, en su casa de Fernán Caballero 14.
La especulación fue achicando la casa, pero los anteriores propietarios, cultos y amantes de la ciudad, supieron mantener los árboles que embellecían la calle y recordaban que somos, éramos, un pueblo culto. Que el espíritu sevillano lo componía aquella trilogía humanística de belleza, verdad y virtud.
Este artículo lo leerán muy pocos. No estamos hablando de ninguno de esos estrenos de una Semana Santa idolatrada por muchos. Única, al parecer, esencia y grandeza de esta ciudad. Poco les importa que las calles por las que pasan esas cofradías sean cada vez más impersonales y más cutres en una ciudad que más que barroca es estúpida.
A Sevilla, como el magnolio y como el limonero, la talan cada día una Comisión de Patrimonio de la Junta de Andalucía y una Concejalía de Parques y Jardines que ni entienden, ni saben, ni están para nada mientras los exégetas repiten una y otra vez en libros infumables las mismas cosas y el pueblo se extasía con el ripio Sevilla maravilla.
Para el que esto escribe ha muerto en estos días otro trozo del alma de Sevilla. Lloremos por ello, en soledad, en el rincón donde la edad nos va dejando.
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