Mis amigos Jesús y Amalio

Publicado: 10/09/2015
El maestro Amalio ha llamado a su vera al discípulo Jesús Troncoso, un hombre genial, imprevisible, disperso, divertido, desconcertante, libre y tal vez por eso poco conocido.
Mi amigo Jesús Troncoso llevaba años alejado de mí pero era mi amigo, lo quisiéramos o no, lazos muy fuertes nos unían y estábamos orgullosos de ellos. Algunos de sus cuadros adornan mi casa. Hace unos días, José Matías Gil me anunció que se había muerto en el mes de agosto, de una enfermedad imparable y veloz. No nos enteramos sus amigos. Mi amigo Miguel Ángel Villar me había llamado antes que Pepe Gil porque no sabía nada, como yo. A Pepe lo había llamado mi amiga María José García del Moral, hija del enorme pintor y poeta Amalio García del Moral del que todos estábamos conmemorando sus veinte años de fallecido, en 1995, empezando por Jesús, su discípulo y estudioso de la obra de Amalio sobre el que elaboró su tesis doctoral, al igual que María José, excelente pintora que te envuelve con sus azules y ya no quieres salir de ellos. 

El maestro Amalio ha llamado a su vera al discípulo Jesús Troncoso, un hombre genial, imprevisible, disperso, divertido, desconcertante, libre y tal vez por eso poco conocido. Perdonen, ya sé que este artículo es muy triste pero es que desde los años setenta del siglo pasado Jesús, Amalio, Miguel Ángel, Pepe, María José, un servidor y otros creadores literarios, plásticos y musicales como  Rosa Díaz, Emilio Durán, Carmelo Guillén Acosta… hemos ido de acá para allá por pueblos, asociaciones de vecinos, culturales, etc., un poco como García Lorca con su Barraca, todos unidos bajo el nombre –también lorquiano- de Gallo de Vidrio y eso ya queda en uno para siempre.


Como ya apenas nadie nos recuerda en este mundo que nosotros contribuimos a traer a veces aguantando la presencia y vigilancia de la Guardia Civil y la policía política de Franco en nuestros actos, a veces soportando que nos prohibieran homenajear a Antonio Machado; como ya somos mayores y queda nuestra huella en tesis doctorales, estudios diversos y una web (www.gallodevidrio.com), me van a permitir ustedes que les narre estas pequeñas “batallitas” del pasado con motivo de la muerte de mi amigo Jesús Troncoso.


Nunca nos alineamos con ningún partido político ni nos arrimamos a ningún  pesebre. Defendíamos un mundo más culto para que fuera más libre, cargábamos con lienzos, libros, guitarras, pliegos literarios, hojas volanderas de poesía, periódicos…, que utilizábamos en nuestros actos que en ocasiones eran eso que ahora llaman performance y cosas parecidas. Para mí, bastantes eventos que contemplo ahora -presentados como algo novedoso- me suenan a antiguo, a los años setenta y ochenta cuando los hacíamos nosotros, eso sí, con toda humildad, sin dinero público ni el más mínimo afán de lucro. Para ser libres de verdad.


Estamos hartos y nos dolía ya la boca de decirles a las concejalas de cultura primero de Monteseirín y luego de Zoido que Amalio pintó 365 veces a La Giralda de forma magistral y que todos esos cuadros duermen el sueño de los justos y van a terminar en Japón o Estados Unidos. Nada, buenas palabras pero nada, nada de colocarlos en un museo especial para ellos. Si el señor Bellver se ha llevado la friolera de casi diez años negociando una colección que iba a regalar  a la ciudad y aún no sabe si le quedará vida para verla expuesta, las Giraldas de Amalio se irán algún día de Sevilla, como se fue su autor en 1995, como se acaba de ir mi amigo Jesús Troncoso que también ha dejado una buena obra aquí en este mundo.


Yo creía que Sevilla estaba despertando pero a veces pienso que, a ciertos niveles oficiales y empresariales, se ha quedado en la Sevilla de los sesenta y setenta. Sevilla es una gran ciudad pero podría ser aún más grande y despegar de una vez sin determinados “sevillanos”. En esto estábamos de acuerdo todos los amigos que acabo de citar, empezando por mis amigos del alma Jesús y Amalio.


Tal vez por eso ahora nos hallamos todos en un “exilio de pecho adentro”, como diría Emilio Durán, y nos vamos muriendo sin que nadie nos dedique un recuerdo. Pero hicimos lo que teníamos que hacer, nuestra conciencia está tranquila.

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