La muerte trágica de Rafael de Cózar, a sus 63 años, nos ha sobrecogido a todos y nos ha hundido en la tristeza. El fuego lo cogió probablemente cuando estaba entre sus libros, en su rica biblioteca, refugio donde se retiraba a escribir/dibujar esos poemas amorosos (siempre amorosos y eróticos) que nos ha ido regalando a lo largo de tantos años.
Rafael había nacido en Tetuán, en 1951; estudió los primeros cursos de su carrera en Cádiz, y de allí pasó, en 1969, a la Universidad de Sevilla, en cuyas aulas completó su licenciatura en Filología. Fue un alumno destacado, y pronto ocupó la plaza de ayudante en el Departamento de Literatura Española, que por entonces dirigía don Francisco López Estrada. Hace tres años consiguió la cátedra en este Departamento; meses después se jubilaba para dedicarse, de lleno, a su obra de creación.
Con López Estrada redactó su tesis doctoral, presentada en 1984, recibiendo, al año siguiente, el premio extraordinario de doctorado y, en 1986, el Premio “Ciudad de Sevilla“ para Tesis Doctorales. Publicada en 1991 con el título ‘Poesía e imagen. Formas difíciles de ingenio literario’, se ha convertido en una obra de referencia para los estudiosos que se acercan al difícil campo en que la palabra, la poesía, se da la mano con el arte, con la pintura. Rafael –Fito para los muchos amigos que ha tenido– jugaba con ventaja: su afición a la pintura, desde muy pronto, le ha facilitado este deambular por dos caminos paralelos que supo, siempre con acierto, relacionar: el poema y dibujo se explican en la suma de sus significaciones más profundas, de manera que la magia y el hermetismo subyacentes en la escritura y en la pintura se llenan de sentido mutuamente.
En su obra recorría el largo camino de esta literatura, que parte de artificios difíciles, a veces cabalísticos, expuestos ya en la Antigüedad clásica hasta llegar a la poesía experimental de la vanguardia contemporánea. Una literatura muy compleja que reclama la máxima atención del lector inciado.
Su investigación se ha caracterizado por situarse siempre en los extremos de la poesía. Ya lo había puesto de manifiesto en su trabajo de licenciatura, donde estudió el Postismo, un movimiento literario de la posguerra. Tuvo debilidad por los “raros“, le entusiasmaba los inicios vanguardistas de escritores del siglo XX, admiraba a Carlos Edmundo de Ory, se interesaba por la Nueva poesía andaluza, estudiaba la obra de no pocos escritores del Sur.
Rafael de Cózar llevaba en la sangre la literatura, y por ello podía pasar, como si tal cosa, del estudio crítico de las obras ajenas a su propia creación poética y narrativa. En ambos géneros insistía en los mismos temas, obsesivos a lo largo de los años: la mujer y el amor, las relaciones en plenitud y las frustradas, son el centro de su temática recurrente, que se pone de manifiesto en la soledad angustiosa en la que el hombre -el yo poético y el yo real- se siente caminar hacia la muerte... novela y poesía hablan siempre de su intimidad, de su experiencia sentimental. Su poesía conserva los elementos rítmicos y métricos dentro del poema libre, en la influencia del surrealismo y del Postismo, que tan bien conocía; mientras que en su pintura se detectan claras influencias del impresionismo, expresionismo y surrealismo.
De su obra narrativa, destacan El Motín de la Residencia (Sevilla, 1978) y El corazón de los trapos (Premio “Mario Vargas Llosa“ de novela, 1996, y publicada en 1997). De su obra poética, tanto la discursiva como la visual, ha dejado muestra abundante. Los huecos de la memoria (que apareció en 2012, con un prólogo de su gran amigo Andrés Sorel) es su libro más logrado, en cuyas páginas aúna las dos clases de poesía, que se dan la mano con la pintura delicada del propio Fito.
Rafael de Cózar ha sido un trabajador incansable, serio, comprometido con las tareas que emprendía. Como profesor, ejemplar en todos los sentidos. Participó en numerosas actividades culturales: durante veinte años ha sido presidente de la Sección Andaluza de la Asociación Colegial de Escritores de España; director literario de la Editorial “El carro de la Nieve“, colaborador cultural de diversos medios. Fue un buen hombre, un amigo cabal y un compañero excelente. Desde estas líneas queremos compartir con Natalia, su esposa, y con su hija Ana, el gran amor de su vida, el dolor de su ausencia. Descansa en paz, querido Fito.
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