Se inicia un nuevo curso escolar, también en Andalucía, pero el marco o el escenario en el que va a desenvolverse, lejos de presentarse como una nueva oportunidad, alejado de aparecer como ilusionante, parece lastrado por la zozobra, el desencanto y el sentido de lo inevitable. Los problemas de nuestro sistema educativo (¿o quizás deberíamos situarnos bajo un prisma más positivo y referirnos a retos?), particularmente agudizados en el caso andaluz, no parecen estar siendo afrontados.
Así, por poner solo un ejemplo, los ítems, los resultados de los análisis educativos, particularmente los supranacionales, entre los que parece destacar por su mayor relevancia mediática el informe PISA sobre rendimiento escolar, nos ponen en evidencia cada vez que se publican.
Y mientras tanto, el curso 2014/2015 se inicia con la implantación de la enésima ley educativa sin consenso y con la muestra evidente del escaso sentido de Estado que tienen los dos partidos políticos mayoritarios del país, incapaces de conseguir, y probablemente ni siquiera de buscar, un pacto educativo; incapaces de pretender el bien común y de renunciar a intentar sacar rédito político electoral hasta a lo más sagrado.
Una LOMCE del PP sin consenso, implantada precipitadamente y sin recursos, que se encuentra con un gobierno andaluz, del PSOE e IU, dispuesto a no escatimar esfuerzos, se dañe a quien se dañe (léase los alumnos), para aplicarla poco, tarde y mal, en nuestra Comunidad autónoma.
Pero no es éste el único “aliciente” del nuevo curso escolar, que se inicia en Andalucía con un interminable listado de agravios: como el daño premeditado que se va a causar a la asignatura de Religión por la más que previsible reducción horaria en un futuro y la disminución notoria de puestos de trabajo que eso va a suponer (desde la lógica izquierdista de este gobierno andaluz cabe pensar que la sangría de puestos docentes tiene menos relevancia social si lo que imparten es religión); el mantenimiento de los manoseados libros de texto, ya más que amortizados, en la eufemísticamente llamada “gratuidad de libros de texto”, cuando no es más que un programa de préstamo; el empeño, que ya parece obsesivo (y hasta compulsivo), del gobierno andaluz en seguir disminuyendo año a año, curso a curso, la oferta concertada con demanda, impermeable al desánimo a pesar de los varapalos judiciales (es lo que tiene “tirar con pólvora del rey”), con especial mención, este curso también, a la diferenciada; el ahínco en dificultar que los padres elijan el centro que quieran para sus hijos, en mayor medida si es concertado, y el imponerles una plaza en el centro que nadie ha elegido, sin cuestionarse nunca por qué nadie lo ha elegido (para cuándo aprender a respetar lo que quieren los padres); la pervivencia de las indignas “caracolas” en muchos centros públicos (el sino de lo “provisional” que se vuelve “para siempre” en la memoria colectiva de nuestra Comunidad) y la falta de inversión; la insistencia en la burocratización de los docentes, que los obliga a estar más tiempo entre papeles que entre niños, y el insufrible programa Séneca; la injerencia de la Administración y la falta de autonomía de los centros, mucho más cercanos a la realidad social y a las necesidades de su alumnado ...
Nada nuevo bajo el sol.
Menos mal que, en realidad y aunque parezca lo contrario, la educación no está en manos de los políticos, sino de los docentes, de los maestros y profesores. A ellos, a su vocación, a su ilusión, a su ánimo de superación inquebrantable, les confiaremos el futuro de nuestros niños y jóvenes, de nosotros, de lo que somos, de nuestro país. ¡Buen curso!