Las épocas de crisis sacan a la luz lo mejor y lo peor de las personas. Lo bueno que tienen es que pasan, ninguna es eterna. Crisis matrimonial, conyugal, de pareja, distintas formas de llamar a la falta de entendimiento entre dos, que en muchos casos lleva a la ruptura. Si además, a cualquiera de ellas le unimos una crisis sanitaria, como la que nos está tocando vivir, la mezcla puede resultar impredecible.
Hay situaciones, como el confinamiento domiciliario de estos días, que hacen renacer conflictos que la bendita rutina y normalidad tenían aplacados. Y no me refiero a las parejas que, según los rumores, van a dejar de serlo a costa de veinticuatro horas de convivencia sin tregua. Estoy pensando en quienes ya acometieron la ruptura de su relación, y que disponen de medidas que regulan la misma. Creían que sí, pero no, no están libres de controversias.
Sea período escolar o vacacional, los progenitores divorciados o separados saben dónde y cuándo tienen que recoger a sus hijos llegado el momento de estar con ellos. En el mejor de los casos porque fueron capaces de llegar a un acuerdo, y en el peor, porque así lo determinó una resolución judicial. Sin embargo, en cuanto nos cambian algún elemento de la ecuación, todo baila. No hay colegio, a los niños el estado de alarma les ha pillado en el domicilio de uno de los dos progenitores, y las salidas a la calle están tasadas, vía excepción.
Así las cosas, los problemas afloran, con los ánimos caldeados. Y no sirve que los jueces y magistrados apelen al sentido común, al tan invocado interés superior del menor. No para todos. Cierto que algunos padres son capaces de hablar y de organizarse estos días, de fijar regímenes de visitas o custodias acordes al bien de los menores y las circunstancias actuales. Pero los hay que aprovechan esta situación para impedir visitas y estancias con el otro progenitor. Para ellos, de nada sirven las llamadas judiciales a la sensatez. Ha sido necesario que las Juntas de Jueces y el Ministerio Fiscal se manifiesten. Y si ya hubiese sido con un criterio unánime, lo habríamos bordado. Nos queda ser sensatos, pensar en nuestros hijos. Y consultar, pedir consejo profesional a un abogado de familia, que podrá ayudarnos a gestionar estos conflictos. Por delante tenemos muchos días, estamos a tiempo de buscar una solución. Por el bien de nuestros hijos.
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