Me dirijo a usted, señor, que tiene la paciencia de leerme. Usted, como yo, como tantos españoles, acudimos al pasado 28 de abril a participar, una vez más en un proceso electoral, a los que tanto nos estamos acostumbrando los españoles y que arrojó un resultado, más o menos, como el que se pretendía corregir. Un mes después, volvimos a las urnas a elegir concejales, parlamentarios autonómicos y europeos. Diríase que en nuestro país no se hace otra cosa que votar y me imagino, con todo respeto, el momumental lío que sufriría más de un votante en la elección de papeletas y candidatos. Acaso a ello, en previsión de ese galimatías, respondieran las colas de ciudadanos en las oficinas del censo portando sobres con el contenido de sus decisiones vía postal días antes del de la votación.
En fin, usted, señor, es un demócrata convencido y acudió con ilusión a depositar su voto cada vez que fue requerido. “La gran fiesta de la democracia”, por cuya virtud la ciudadanía elige a quienes van a dirigir los destinos de su patria, su municipio o la política autonómica o europea. Una gozada. Y siguió por la noche el escrutinio, sus equívocas previsiones hasta que, por fin, el partido de su elección obtuvo un triunfo que le hacía albergar sólidas esperanzas.
De eso ha transcurrido ya un par de meses y cada día que pasa, su esperanza se ha ido ensombreciendo. Asiste cada vez más desconcertado a un cambalache de voluntades entre los partidos y la cuestión acaba como en algunas carreras, que el que va en cabeza se ve destronado al final por quien parecía sin posibilidades. Ya hay corporaciones constituidas; algunas se han apresurado a subirse los sueldos como primera medida de urgencia. No se extrañe. Así es la política. Decía Georges Duchêne que “la verdad, la ley, el derecho, la justicia dependen de cuarenta traseros que se levantan contra ventidós que se quedan sentados”.
Y de pronto, usted se entera que su partido, que en su localidad había ocupado el podio del ganador, se queda sin gobernar por mor de unos insólitos pactos celebrados entre otros varios partidos que, individualmente considerados, ni por asomo podían albergar esperanza alguna.
Y, nada, a esperar otros cuatro años a ver si su amado partido tiene mejor suerte en la ruleta de los convenios. A menos que, dentro de unos meses volvamos a vivir la “fiesta de la democracia”, que todo puede ser; estoy seguro que entonces esperaremos el escrutinio con menos interés.
De momento, nuestros elegidos viven plácidamente, cobrando, eso sí, emolumentos por el hecho de haber integrado las dos cámaras legislativas aunque, de momento, al menos, no tengan intención de aparecer por allí hasta pasadas las calores. Pero esa es la política, sentarse en un sillón a esperar que una mano alzada te dé instrucciones sobre si tienes que votar afirmativa o negativamente algo que no les afecta demasiado porque para eso están otros. La única cautela, no equivocarse al leer el sentido de la señal pues de lo contrario pone su futuro y sus prevendas en juego. Pero nosotros seguiremos votando una y otra vez, sin olvidar aquellas acertadas palabras del presidente Truman: “la libertad es el derecho a escoger a las personas que tendrán el deber de limitárnosla”.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es
