Termina el juicio de los ERES. Esta semana hace un año exacto que comenzamos las sesiones del juicio oral. Como he reiterado, no tengo la más mínima duda de que he defendido a una persona inocente.
Por eso, como ya ha reflejado la prensa, inicié mi informe final citado la obra de mi admirado compañero Juan Pedro Cosano, en la cual su Pedro Alemán reflexiona: Y esa es la mayor desgracia de un abogado: saber que su cliente es inocente. Porque si no fuera así su responsabilidad sería llevadera. Cuando a un abogado le condenan a un culpable, en el fondo de su alma sabe que se ha hecho justicia, aunque el resultado pueda doler. Pero que le condenen a un inocente es sentenciarlo a vivir en eterna pugna con su conciencia. Un purgatorio en vida.
Y terminé citando el alegato final de Atticus Finch (Gregory Peck en el cine) en Matar a un ruiseñor: Confío en que ustedes, caballeros, repasarán con objetividad las declaraciones que han escuchado, tomarán una decisión y devolverán este hombre a su familia. En nombre de Dios, cumplan con su deber.
Como dije asimismo, en este caso no es necesario invocar a Dios, sino solo esperar una sentencia justa.
Sin perjuicio de que un procedimiento como este ya es como tal una condena que ha tardado siete años en tramitarse y más de uno entero en sesiones de juicio oral, no podemos dejar de resaltar que la Justicia y en concreto la Sección 1ª de la Audiencia Provincial de Sevilla ha sabido sacar adelante un juicio tan complejo como ése, con tantas connotaciones mediáticas, y lo ha hecho con total sencillez, con el callado trabajo de unos jueces y unos funcionarios que han estado sencillamente a ello, a celebrar el juicio y poner punto final a este proceso.
Por eso, sin conocer el resultado final, que aún habrá que esperar varios meses, aprovecho estas líneas para ponerlo de manifiesto frente a las críticas que con tanta facilidad se vierten hacia la Justicia, que probablemente se reproducirán por aquellos a quienes no les guste la sentencia que se dicte.
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