Tras las vacaciones y haberme trasladado en avión hasta tres de veces gracias a los precios que ofrecen las compañías de bajo coste, he tenido la oportunidad de analizar con profundidad y de primera mano las instalaciones del aeropuerto de Sevilla.
El edificio terminal fue objeto de una gran ampliación de cara a la Exposición Universal de 1992 y el autor del proyecto fue nada más y nada menos que el arquitecto Rafael Moneo, ganador de un premio Pritzker, pero tras más de 25 años desde aquella reforma integral, el aeropuerto actualmente se encuentra totalmente desfasado debido en gran parte a la política del “café para todos” que tanto daño ha hecho a este país a nivel de infraestructura civil.
Se trata de un aeropuerto que ha envejecido fatal y se ha tratado de mantener a base de parches que realmente no han logrado hacer de Sevilla un auténtico referente que pueda competir con su vecina Málaga, pero ello no es óbice para bajar los brazos, y hay datos recientes para la esperanza, puesto que se trata de uno de los aeropuertos que más ha crecido en Europa en los últimos meses y se estima que a final del presente ejercicio habrá alcanzado la cifra record de casi 6 millones de pasajeros; en la temporada de invierno que empieza en octubre estarán disponibles nuevos destinos como Viena, Oporto y Luxemburgo, Tánger o Rabat, e incluso se ha llegado a escuchar la posibilidad de acoger vuelos trasatlánticos a medio plazo.
El “boom” turístico y el auge de las aerolíneas “lowcost” son las grandes culpables de este crecimiento, pero dejan al aire más que nunca las desvergüenzas del que debe ser el gran aeropuerto de Andalucía Occidental y Extremadura, y que merece una nueva gran remodelación para afrontar esos nuevos retos.
Son necesarias una conexión ferroviaria con la ciudad, ampliar la frecuencia de la línea de autobús, unos terminales más grandes que no hagan necesarios los interminables paseos por la pista de aterrizaje a 45 grados, una ordenación viaria de sus carriles de entrada y salida para vehículos particulares más organizada, una oferta de restauración más variada -aunque últimamente es cierto que han abierto nuevos establecimientos de comida rápida-, cintas de transporte que aceleren la circulación de los pasajeros en los pasillos; en definitiva, un cambio radical que haga que nos podamos sentir orgullosos de lo que viene siendo la gran puerta a la ciudades en los tiempos modernos, pues el viajero que visita Sevilla es lo primero y lo último que ve, y el turismo representa ya, nada más y nada menos que 17 % del PIB de nuestra ciudad.
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