La historia del Racing Club Portuense es la constatación de que la fe y la labor ardua al trabajo constante al final tiene su recompensa. La noticia de las intenciones del club de volver a competir en el estadio racinguista, después de volver a la competición el año pasado tras cuatro sin hacerlo, ha trastocado los planes de los que ya hacían del recinto rojiblanco pasto de escombros.
El pasado mes de febrero anunciamos que el equipo entrenaba en sus instalaciones; el silencio se hizo más que patente. Primero por el que decía que el convenio estaba ya finiquitado, el Ayuntamiento, y se acogían al derecho de no tener constancia de ello ni estar autorizados para que no lo hicieran.
Un baile sigiloso de no inmiscuirse en una cuestión en la que nunca han controlado. Los que, igualmente, mantuvieron el mutismo responsable fue el Racing, que asesorado por sus letrados, aguardaron a momentos más esperanzadores y con elementos para desmoronar las imposiciones legales que lo han encorsetados y las municipales, que no ha sabido muy bien qué pieza mover.
Indudablemente que el Racing vaya saliendo del letargo y recupere y financie sus propias instalaciones no es más que un paso decisivo hacia adelante y una señal de fortaleza para recuperar lo que nunca debió de permitir: que lo manosearan y socavaran. El paso del tiempo se deja notar en unas instalaciones que según el propio club ya tiene fecha para que se abra de nuevo.
Los aficionados ya gozan y alientan la esperanza de revivir tardes de fútbol en un estadio que vuelve a su dueño, el que siempre buscó recuperar.
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