La tribuna de El Puerto

Un producto demasiado valioso

Es cierto que muchos de los problemas que aquejan a nuestro sistema educativo derivan de la creciente falta de recursos debida a presupuestos insuficientes

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Es cierto que muchos de los problemas que aquejan a nuestro sistema educativo derivan de la creciente falta de recursos debida a presupuestos insuficientes, aunque algunos políticos los justifiquen como aceptables o nieguen su repercusión en la calidad de la enseñanza.

Pero la creciente falta de respeto al profesorado y de disciplina en las aulas, la progresiva desmotivación del alumnado o el descontento de los padres, son problemas que agravan los causados por los recortes. Todo esto genera una preocupación lógica en los sectores afectados, ya sean padres, alumnos o docentes, que no tienen más remedio que “arar con esos bueyes”.

Muchos profesores se desmotivan porque las consecuencias de estos problemas recaen sobre ellos, pero la profesionalidad de la mayoría palia buena parte del daño causado por el mal ambiente, la falta de medios y de personal.

Me solidarizo con esos buenos profesores, no por considerarme entre ellos, ni porque fui docente más de veinte años, sino porque también existen bastantes malos docentes que les perjudican, un problema para el que nadie parece encontrar solución, quizás porque esta requiera desterrar corporativismos y racionalizar el sistema.

En las últimas elecciones generales se habló de implantar un MIR educativo, pero curiosamente no se ha vuelto a oír nada. Por entonces, el prestigioso filósofo y pedagogo José Antonio Marina enumeró las medidas que según él darían un giro de ciento ochenta grados al sistema educativo español.

Una de ellas era la de que los profesores buenos no cobrasen lo mismo que los malos, y para ponerla en marcha proponía evaluar el trabajo de los docentes, relacionando su sueldo con el efecto que causasen en el progreso de sus alumnos.

Además, para evitar posibles segregaciones en el alumnado o sistemas de distintas velocidades, tal evaluación tendría en cuenta el contexto sociocultural del centro educativo. Lógicamente, para implantar ese sistema los nuevos docentes que se incorporasen a la administración educativa lo harían sabiendo que sus cargos no serían vitalicios, y que estarían sometidos a una cierta evaluación para poder renovar su condición de funcionario.

Este sistema recuerda al que aplica el sector sanitario público para incorporar nuevos profesionales, por eso se le denominó MIR educativo.

Para demasiada gente esta propuesta es absolutamente inadmisible, a pesar de que sistemas semejantes ya funcionen con gran éxito en países como Finlandia, donde simplemente cualquier ciudadano sabe de sobra que no todo el mundo sirve para ser docente.

Condicionar parte del sueldo a los resultados no se hace necesariamente por desconfiar del trabajador, sino para mejorar el producto de su trabajo. Seamos realistas, el producto del sistema educativo es demasiado valioso para continuar dejándolo en manos ineficaces.

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